Al pensar y hablar de la necesidad de recuperar o vigorizar nuestro confiar, cuando en medio de unas crecientes disconformidad y polarización a nivel de calle, nuestro fiarnos se circunscribe cada vez más al reducido núcleo de los afectos e iguales, vemos que repensar la cuestión nos obliga a bascular entre dos puntos de vista. El de los elementos antropológicos que estarían por detrás de la misma en tanto necesidad y posibilidad. Y el de los elementos socio-culturales que en este momento no favorecerían que la confianza nutra el ámbito de lo público.
Nada nos habla mejor acerca de la confianza, que el hecho de perderla
Antropológicamente, veníamos a decir hace poco, que la
confianza es a la vida anímica lo que la respiración a la vida biológica. Indispensable
e inevitable, incluso, imperceptible, salvo hasta que algo o alguien atentara
contra ella, como si se tratara de un puño apretando nuestro cuello, asfixiándonos.
En este sentido, confianza y confiar, en tanto antídotos contra la inseguridad
de nuestra titubeante existencia, son un engranaje sutil y delicado. Un dinamismo sobre cuya importancia solemos
caer en la cuenta a posteriori;
cuando se debilita o ya se ha roto. Sin embargo, como necesitamos el
respirar para vivir, necesitamos el confiar para hacer vivible la vida.
De ahí nuestras dificultades para su recuperación o
vigorización. Por un lado, porque la confianza debilitada o rota, más allá que pueda
afectar directamente a un nivel puntual de realización (por ej: la traición a
lo afectivo, la violencia a la autoconservación, la estafa a la integridad
moral o material, etc.) siempre terminará por repercutir en las raíces de
nuestra interioridad, precisamente a donde consciente o inconscientemente recurriremos
en la búsqueda de referencias que nos permitan tomar la decisión de volver a
confiar. Pero entonces puede ocurrir que
las experiencias primeras de confianza sean tan débiles o estén tan heridas, que
las resistencias e indeterminaciones para nuevamente fiarnos se impondrán.
Todo confiar tiene una biografía. De ello se nutren nuestra libertad y
bondad
Vemos, por lo tanto, que toda confianza y confiar, sea que
juguemos en lo privado o en lo público, en un sentido siempre volverán a su
propia biografía. De ahí la importancia de todo lo que podamos emprender para reconocer,
comprender y aceptar dichas raíces. Unas raíces a su vez conformadas por dos
necesidades y posibilidades más: las de la libertad y la bondad, constituyendo
entre las tres, lo que podríamos decir el alma de nuestro posible y potencial
desarrollo humano. En efecto, la intranquilidad de toda existencia, por lo que
en sí guarda el misterio de la vida y como parte del mismo, nuestra
vulnerabilidad, es una permanente llamada a la confianza y el confiar, a un
hacer soportable lo que parece no tener sentido. Pero he aquí la paradoja, nuestro fiarnos no puede realizarse ni por
fuera de la libertad, ni por fuera de la bondad en cuanto otros engranajes humanos.
En esta línea existe una inimitable formulación de la cuestión; la realizada por Kant cuando plantea la ´fechoría de nuestros padres` al traernos al mundo sin nuestro consentimiento [Metafísica de las costumbres I. 2. 28]. ¿Cómo lograr contento en lo que no deja de ser una situación irreversible? Pues solo despertando en el llegado al mundo las fuerzas de su autonomía o autodeterminación, las únicas capaces de suplantar la determinación de los progenitores. Las únicas capaces de hacer soportable que se nos haya dado comienzo ´sin permiso`, al permitirnos aprender a comenzar por nosotros mismos desde la confianza, la libertad y la bondad, desde el alma de nuestro posible y potencial desarrollo. Este es el sentido más radical del sapere aude (atrévete a pensar) kantiano: ´nacer de nuevo, por nosotros mismos`.
Hacia una confianza como resistencia creadora
Por eso, aun sabiendo que lo más difícil, pero a la vez lo
más reconfortante del renovar o volver a confiar, pasa por lo próximo e íntimo,
lo sencillo y cotidiano, por el mundo de nuestras más concretas y efectivas libertad
y bondad, poner nombre a todo lo que nos ha ido alejando de esta escala de lo
humano, es imprescindible. Pero la observación de estos elementos socio-culturales,
la puesta bajo la lupa de todos los paradigmas vitales que hoy urge revisar y
poner a punto, no debería ser tanto un combate ideológico, que también, sino la
apuesta por un creer y crecer existencial y espiritualmente más humano. Poner
nombre a lo que atenta contra nuestras confianza, libertad y bondad, es ya
reforzar nuestra capacidad de volver a empezar. Un empezar que, sin pretender
ser un absoluto manto de seguridad, vuelva a hacer llevadera la inexorable
intranquilidad de vivir. Confiar es un acto de resistencia, debemos,
por tanto, dotarlo de mayor fuerza creadora. ¿Dónde? Pues en su libertad y
bondad…
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En mi humilde opinión, aunque entiendo la línea de razonamiento, me parece errado concluir que la confianza es un acto de resistencia, puesto que el mismo acto de confiar es un acto de entrega, donación, ternura, pero no veo que encaje bien con la resistencia, incluso aunque la entendamos de un modo positivo.
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