sábado, 26 de diciembre de 2020

Poniendo a punto nuestras confianza, libertad y bondad (I)

Hace poco, ante la constatación de que la orientación con que construimos (estructural y personalmente) nuestro estilo de vida, parece hallarse en un callejón sin salida, planteábamos lo insensato de querer salir del mismo a fuerza de seguir añorando y alimentando criterios francamente insostenibles. Entre los más evidentes: el individualismo autorreferencial, la tendencia al consumo ilimitado, la pérdida del sentido del otro. Criterios que, como un dibujo de época, hablan de nuestro no abrirnos a la vida y a lo que de ella ignoramos. En otras palabras, de nuestro resistirnos a cambiar las preguntas -por miedo, comodidad o mezquino interés- ante una realidad empeñada en decirnos: ´por aquí no`, ´así, tampoco`, es decir, abocada a enfrentarnos con nuestros propios fracasos.

Tres engranajes que urge poner a punto

Sin embargo, paradójicamente, detrás de dichos criterios, pero sobre todo de la conciencia de su poder desertizador, se hallan los dinamismos capaces de sacarnos del atolladero en el que hace tiempo nos encontrábamos y que la COVID-19 solo ha venido a patentizar. En efecto, la inviabilidad de nuestro individualismo autorreferencial, consumo ilimitado y pérdida del sentido de la alteridad, remite a unos engranajes que, aunque aparentemente malogrados, son la única oportunidad que nos queda sí aun queremos dotar de algún sentido nuestras existencias. Hablamos de la confianza, la libertad y la bondad, tres condicionalidades exclusivamente humanas a las que urge poner a punto.

Y urge, porque son un hecho tanto la crisis de confianza (crisis que particularmente en el ámbito de lo institucional recibe sus más peligrosos niveles de descrédito y sospecha) como el entredicho en el que ha sido colocado nuestro sistema de libertades y bienestar. De hecho, la confianza parece no poder traspasar el umbral que va de la vida privada a la vida pública, la libertad individual, para muchos está siendo vilipendiada, o simplemente colapsa ante las restricciones con las que desde hace tiempo convivimos y respecto a la solidaridad de nuestro pretendido sistema de bienestar: ¿la rige realmente la solidaridad o el cálculo? ¿Es solidaridad cierta cuando las vacas parecen todas adelgazar?

La confianza, esa sal que se nos ha vuelto insípida

Comenzando por el dinamismo o engranaje de la confianza, observemos: ¡cuántos alrededor, viven o, mejor dicho, transcurren por la vida, abatidos o abatiendo, sin consciencia o con falsas consciencias de sí! En fin, como si ya no pudieran o quisieran salar adecuadamente sus existencias. Pero: ´...si la sal se ha vuelto insípida, ¿con qué se hará salada otra vez? [Mt 5, 13]. ¿Cómo volver a saborear la vida, nuestras vidas? Y si aun conservásemos algo de buena sal: ¿Cómo compartirla? ¿Cómo convidarla en medio de la insipidez y el contrasentido? Preguntas, en el fondo, donde vemos que todo está íntimamente vinculado a la necesidad y capacidad de confiar. 

Ante estas preguntas, pienso y comparto una primera respuesta. Creo, que esa necesaria -aunque no siempre deseada- recuperación de la confianza y el confiar (en tanto relación con lo que ni sabemos ni controlamos, pero también cualidad para trazar puentes entre lo recibido y lo que decidamos hacer con ello) dependerá fundamentalmente de dos cosas. Por un lado, de cambios a nivel mental. Es decir, de revisar la vigencia o no, de muchos de nuestros paradigmas; no para enmendarlo todo, pero sí para resignificar lo esencial.

Pero desde otro punto de vista, seguramente el más difícil, recuperar confianza y confiar estará vinculado a la actitud cordial que seamos capaces de recrear. En otras palabras, a nuestra relación con la libertad y la bondad, con el darlas y el recibirlas… con el abrazo y cuidado que podamos brindar, o con el abrazo y cuidado que dejemos que nos den…

En breve más…

domingo, 6 de diciembre de 2020

COVID-19, cebollas de Egipto y solidez de la flexibilidad (II)

Como en nuestras últimas entregas, la imagen de las cebollas de Egipto por las que los israelitas clamaban en el desierto, nos invita a reconectar con la inseguridad, el límite y la frustración que nos son propias, pero que la COVID-19 pareciera querer reforzar con sus imparables brotes. De hecho, asumimos que tener ahora vacunas, no nos evitará seguir conviviendo por bastante tiempo con el virus y todo lo que ha instalado en nuestras vidas: restricciones, distancias, perímetros, etc., etc. Con todo, seguimos perdidos en cuanto a sacar de la situación el mejor partido, a hacer de la necesidad virtud como reza el refranero.

A la filosofía, como a la lechuza de Atenea, no le corresponde -ni puede- vaticinar el futuro, pero sí, desde algunas opciones existenciales validadas por los siglos, lanzar su mirada aguda sobre la realidad, tomando la distancia necesaria y suficiente como para otear de dónde venimos y a dónde vamos en lo que, convengamos, sería el mediato presente. ¡Pues bien!, desde dicho mirar es que venimos hablando del laberinto vital en el que estamos atrapados y sobre el cual, sí queremos escapar, deberíamos revisar la calidad del hilo capaz de devolvernos a la salida. Un hilo hasta ahora constituido por insistencias en parte viciadas: la de un sistema de seguridad y normatividad claro, meridiano y la de una vida que no puede realizarse más allá de lo expansivo, sea esto lo material, lo social o lo personal.

A estas insistencias, pero sobre todo a la necesidad de revisarlas en cuanto a su sentido y sostenibilidad real (en un planeta en vías de agotamiento y unas gobernanza y contrato social quebrados), nos hemos estado refiriendo cuando trazábamos ese juego de paradojas sobre el que hoy queremos insistir. Primera paradoja: la de ´la sabiduría de la inseguridad` en tanto llamada a un renovado confiar y, por ende, renunciar a la pretensión de principios y medios de seguridad absolutos. Segunda paradoja: la de ´la apertura de la no-expansión` en cuanto repensar hasta donde nuestro mirar al futuro, pertinazmente sigue dándose en términos de llegada, conquista y consumo. Las seguridades absolutas matan, eliminan de una y mil formas, pero la expansión sin límites también… imaginad por un momento a nuestros pulmones solo inspirando… reventaríamos.

Y en estos dos círculos viciosos estamos. Impávidos ante las persistencias del virus, persistimos inflexibles en nuestras insistencias. Y por supuesto que no decimos que no haya que vencer la pandemia, pero sí que habría que ver las fallas estructurales que en nuestros sistemas de vida la COVID-19 ha evidenciado. Estos fallos también necesitamos gestionarlos, pero no desde la inmediatez, el tacticismo ideológico-político, la polarización, el ruido mediático-virtual o el infantilismo social. Por el contrario, será un trabajo arduo y requerirá hacernos con otra de las hebras de aquel hilo capaz de conducirnos fuera del laberinto: el de ´la solidez de la flexibilidad`, la tercera de nuestras paradojas.

Ya sabemos que, para los objetivistas de siempre, para los convencidos de que las verdades eternas como también el bien y el mal absolutos, están ahí y que solo hay que ajustarse a ellos, esto de la flexibilidad suena a relativismo cultural y moral. Pues no va por ahí nuestra intención al subrayar la necesidad de poner en valor la última paradoja. En un mundo complejo, y esto quizá sea el mejor antídoto -anticipo de que tarde o temprano fracasarán- contra todo dogmatismo, solo la flexibilidad nos permitirá ver el mayor espectro posible de posibilidades, ir de una senda u orilla a otra, caminar en una solidez hecha de dudas. A ello se refería no hace mucho Daniel Innerarity al reclamar a nuestra dirigencia política, pactos -antes que vetos- como único procedimiento capaz de lograr un cambio social duradero [El poderoso encanto de la impotencia - EL PAÍS - Oct 2020].

El camino de la duda, y desde ésta a la pregunta y desde aquí al diálogo argumentado y contrastado, para así, una y otra vez reiniciar el proceso, es aquello que los siglos han validado como el camino que toca a los mortales -no somos dioses, ni siquiera semidioses a pesar de todas nuestras conquistas-. Son este camino y caminar los que más han logrado respecto a la especie. ¿Por qué? Pues porque la duda nos hace ser, en tanto ejercitantes de la libertad y bondad de la que somos depositarios, austeros y contenidos; capaces de ponernos limites a nosotros mismos antes que ponerlos a los demás o reclamar que nos los pongan. Límite para con aquello que nos daría plena seguridad y límite para con aquello sobre lo que consideramos que podemos avanzar sin más. En el fondo, límite, no como respuesta acabada a nuestras paradojas, pero sí como sendero sostenible y con sentido hacia un descanso en el laberinto. ¡Y cuidado! Hablar de límite no significa menoscabar ni reducir la libertad, por el contrario, significaría liberarla por fin de las estrecheces intencionadas del sistema.

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domingo, 25 de octubre de 2020

COVID-19, cebollas de Egipto y solidez de la flexibilidad (I)

Durante las últimas semanas hemos venido aludiendo, en el contexto de la actual pandemia, a la imagen de las cebollas de Egipto por las que los israelitas clamaban en el desierto. Una invitación, por contraposición, a reconectar con la inseguridad, el límite y la frustración que tanto nos incomodan y que la COVID-19 pareciera querer reforzar con su imparable segundo brote. Una invitación, decíamos también, a trenzar un hilo de Ariadna a partir del cual apostar por un escape cierto del laberinto existencial en el que estamos atrapados. Un hilo cuyas delgadas y complejas hebras hemos intentado describir a partir de tres paradojas:

la sabiduría de la inseguridad,

la apertura de la no expansión, y

la solidez de la flexibilidad.

Tres hebras totalmente opuestas a la urdimbre sobre la que hemos edificado nuestros sistemas de vida. La primera, apuntando contra la orientación de aferrarnos a las predicciones ciertas -en un tiempo, religiosas o científicas- como respiro ante lo contingente de la vida. Una orientación que, al no permitirnos abandonar esquemas e ideas, ha terminado por impedirnos abrir los ojos a lo invisible, reafirmándonos así en un prematuro abandono del sano confiar y de la fe. De donde, la inmadurez de arrojarnos en los brazos de la polarización nostálgica o ansiosa, las demandas infantiles de seguridad o el juego caprichoso de la irresponsabilidad. Todas expresiones de nuestro no saber ni querer asumir lo ineludible de unas existencias inseguras.

En vinculación con lo anterior, la segunda hebra se opondría no tanto a nuestros deseos legítimos de supervivencia, sino a la caída de estos en los exclusivos términos del consumo, (ese por el que hemos llegado a hacer de nuestro mundo psíquico, existencial y espiritual una especie de mercado en expansión), auténtico ´nudo vírico` que nos asola. Por eso decíamos: la expansión sin fin mata, de hecho, la naturaleza ya está dando cuenta de ello. ¿Nos colocaremos a nosotros mismos en la lista? Probablemente sí, si no nos disponemos a revisar la intencionalidad de nuestros actos, de nuestro querer seguir viviendo desde la idea moderna de un horizonte en constante expansión, siempre consumible.

Respirar solo a fuerza de inspirar, como sí los pulmones pudieran expandirse sin fin, es claramente inviable. ¿Qué sucedería entonces, si la sed de seguridad y expansión, se plantearán en términos de intensidad, de hondura? No cavan en el mismo sentido el que construye una acequia, que el que busca agua. El primero lo hace avanzando sobre el suelo que ve y pisa, el segundo, lo hace titubeando, sin ver, pero confiando en que, en lo profundo, hallará agua.

Nos queda la tercera de nuestras hebras, la de la solidez de la flexibilidad. En sí, una forma de expresar que toda certeza o todo absoluto, en su firmeza y consistencia, difícilmente nos lleve a la verdad o necesidad de resguardo que pudiéramos perseguir. ¿Por qué? Pues porque en un punto nos hará persistir tan solo en un aspecto de dicha certeza o absoluto, desvinculándonos de lo que pudiera haber alrededor, impidiéndonos ver lo diferente. En contrapartida, la flexibilidad, en apariencia dudosa, sí nos permitiría pasar de una senda a otra. En el fondo, estamos reclamando en favor del antidogmatismo, cualquiera sea su tipo. Acaso nuestros actuales déficits respecto a la otredad: ¿no se cimentan en persistencias como las antedichas? Pero claro, en tiempos de posverdades y fake news, la cuestión sin duda exige mayores precisiones, pues no apelamos al relativismo, pero sí a una sana relatividad. En breve más…

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domingo, 11 de octubre de 2020

COVID-19, cebollas de Egipto y apertura de la no-expansión (II)

Decíamos la semana pasada, que son nuestros propios antídotos contra la inseguridad (antídotos traducibles en el deseo y la elaboración de predicciones y reglas de juego claras) los que nos tienen totalmente acostumbrados a pensar solo en términos de avances posibles, indefinidos e ilimitados, de bienes consumibles, de un siempre más en el horizonte. Sean estos la salud, las relaciones o lo económico. Y precisamente a este acostumbramiento es al que la COVID-19, implícitamente, sigue apuntando. Apuntando y dando en el blanco, pero insistimos, indirectamente. ¿Por qué? Porque más allá de que en algún momento podamos precisar la lógica interna que rige al SARS-CoV-2 y sus efectos pandémicos, de ello no podremos inferir una motivación intencional por su parte. Podrá matar, claro, pero nunca podremos decir, sí somos racionales, que tenga intención de hacerlo.

Apuntada esta obviedad, tocaría revisar qué estamos pensando y haciendo, individual y colectivamente, cuando ante el impacto de la pelota sobre nuestro tejado, no somos ni suficientemente lúcidos, ni suficientemente honestos, al momento de considerar lo que por naturaleza nos diferencia del virus: que nosotros no podemos quitar de nuestras acciones, lo intencional. Podremos enterarnos más o menos de lo que sucede, tener más o menos responsabilidad en lo que toque gestionar y hasta también mirar para otro lado. Todos principios de acciones y posicionamientos diferentes, pero principios sobre los que no podemos obviar la pregunta acerca del ¿por qué? y ¿para qué?

Y he aquí el problema; no porque no sea legítimo aspirar, asegurar y avanzar hacia la supervivencia, sea que se trate de la tristeza que en muchos casos matará a nuestros abuelos antes que el Coronavirus, o los reclamos de cobertura y facilidades material-laborales para los que han quedado y están quedando en la cuneta económica, sino porque eso legitimo se ha tornado ilegitimo hace tiempo. ¿Por qué? Por carecer de un sentido racional y cordial sano y suficiente para con la naturaleza y para con nosotros mismos como especie. Por eso hablábamos de que quizá sea nuestro acostumbramiento a regirnos en términos de consumo, (el mismo por el que hemos llegado a hacer de nuestro mundo psíquico, existencial y espiritual una especie de mercado en expansión) el auténtico ´nudo vírico` que nos asola. Tanto, que la COVID-19 lo único que está haciendo es poner en evidencia lo fallido de nuestras pretensiones.

La expansión sin fin mata. La naturaleza ya está dando cuenta evidente de ello. ¿Nos colocaremos a nosotros mismos en la lista? Probablemente sí, si no nos disponemos a revisar la intencionalidad, la motivación de nuestros pequeños y grandes actos. Y por supuesto que también la de los actos de quienes determinan el presente y el futuro del mundo. Seguir viviendo desde la idea moderna de un progreso indefinido, de un horizonte en constante expansión, siempre consumible, nos llevará al colapso. Por supuesto que hay intereses a los que esto, sabiéndolo perfectamente, no les importa, es más, siguen operando en la lógica que nos ha traído hasta aquí. ¡Pero claro! Ellos ya han elegido algo que solo los humanos pueden: hacerse in-humanos.  ¿Seremos también nosotros émulos de un virus mortal, incapaces de intención? ¿O viraremos a tiempo el timón de nuestras acciones?

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lunes, 5 de octubre de 2020

COVID-19, cebollas de Egipto y apertura de la no-expansión (I)


Desde el contexto ineludible de la actual pandemia, semana a semana venimos intentando diseñar un pensar y pensarnos que nos ayude a crear esperanzas razonables, es decir, esperas capaces de resistencias lúcidas y cordiales ante lo que personal y socialmente nos acontece. Una de esas pistas o líneas, sin duda dialogable hasta el cansancio, habla de que necesitamos reconectar con la inseguridad, el límite y la frustración que tanto nos incomodan. Pero ¿para qué semejante cosa? Y lo más difícil ¿cómo?

Pues, evidentemente no para quedarnos (lo cual exacerbaría todas nuestras neurosis) enquistados en eso que por incierto va contra el más elemental sentido de supervivencia, pero sí para, sin obviar los efectos de los mazazos recibidos y, sobre todo, renunciando a la pretensión de una vida según nuestros antojos, desarrollar una gestión más sana de los miedos que nos atenazan y del fracasado sistema de coberturas que nos hemos dado. En este sentido, como metáfora de lo primero, de lo que no deberíamos obviar: la idealizada imagen de aquellas saciantes y sabrosas cebollas egipcias con las que los israelitas, en el desierto, obcecadamente se resistían a los riesgos del cambio; al éxodo que va de lo conocido a lo desconocido.

Y como metáfora de lo segundo, del camino por donde transitar: el impotente hilo de Ariadna, aquel con el que Teseo logró hacerse con el laberinto cretense, no sin antes matar a su sanguinario dueño. Una salida frágil, de resultados posiblemente contradictorios (recordad que el torpe Teseo, ufano por su triunfo contra el Minotauro, al huir de Creta olvidó cambiar las velas de su nave, con lo cual su padre, confundiendo el mensaje, se precipitó desesperado al Egeo), pero única. Una salida trenzada, decíamos, por tres finas hebras:

la de la sabiduría de la inseguridad,

la apertura de la no expansión, y

la solidez de la flexibilidad.

Tres hebras desafiantemente paradójicas, totalmente contrarias a la urdimbre sobre la que hemos edificado nuestros sistemas de vida. La primera, la sabiduría de la inseguridad, apunta contra esa orientación nuestra de aferrarnos a las predicciones ciertas (del más allá o del más acá) como respiro ante lo contingente de la existencia. Orientación, concluíamos, que nos ha venido conducido a un callejón sin salida, ese que ahora la pandemia desenmascara. ¿Por qué? Porque precisamente al no permitirnos abandonar esquemas e ideas, endureciendo así inteligencia y corazón, ha terminado por impedirnos abrir los ojos a lo invisible, reafirmándonos en una especie de prematuro abandono del sano confiar, ese que en el fondo no tiene ni puede resolver incertezas e inseguridades. De ahí la inmadurez del arrojarnos en los brazos de la polarización nostálgica o ansiosa (de estos a aquellos políticos, de la ineptitud de la política al cobijo de la premonición científica).

Sobre la segunda hebra de nuestro débil hilo de Ariadna, la de la apertura de la no expansión, aunque parezca un oxímoron, no es más que despliegue de lo antes criticado. En efecto, son nuestras predicciones ciertas, nuestros antídotos contra la inseguridad los que nos tienen totalmente acostumbrados a pensar en términos de avances indefinidos e ilimitados, de bienes consumibles, de un siempre más en el horizonte. Una cuestión donde el problema no residiría en la sed de infinitud que se pueda tener, sed que como especie innegablemente tenemos, sino en el hacia dónde es encausada la misma. Algo tan viejo como el problema de los medios y los fines, el sentido y el sin sentido…

De hecho, estamos tan acostumbrados a regirnos por dichos criterios de libre consumo, que hemos llegado a hacer de nuestro mundo psíquico, existencial y espiritual una especie de mercado en expansión. Vivimos en un juego incesante de ofertas y demandas invisibles: autorrealización, reinvención, impulsos y pura emocionalidad, datos y vínculos algorítmicos, gustos a la carta y satisfacciones autorreferenciales, esteticismo y adocenamiento mental… Quizá ya no creamos en Dios, otros absolutos o la ciencia (o tal vez creamos que creemos en algo de ello) pero nuestro día a día está regido por esa sed ansiosa solo saciable en la apertura de la expansión. Algo así como un respirar desarrollando solo el movimiento de la inspiración, como sí los pulmones pudieran expandirse sin fin.

Pues es clara la inviabilidad de semejante movimiento. ¿Qué sucedería entonces si la sed, el crecer se plantearán en términos de intensidad, de hondura? No cavan en el mismo sentido el que construye una acequia, que el que busca agua… En breve, más…

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domingo, 20 de septiembre de 2020

COVID-19, cebollas de Egipto y sabiduría de la inseguridad (II)

Hace una semana, desde el contexto ineludible de la actual pandemia, decíamos que necesitamos reconectar con la inseguridad, el límite y la frustración que tanto nos incomodan, a la vez que desarrollar una gestión más sana de los miedos que todo ello produce. En este sentido hablábamos de ejercicios de verdad y transformación -individuales y colectivos- con los que resguardarnos en la intemperie. ¡Pero ojo! evitando la creencia de que todo eso malo a lo que tememos, en algún momento no existió o en el futuro desaparecerá. En el fondo, evitando la idealización de unas seguras, saciantes y sabrosas cebollas egipcias [Nm 11, 4-5].

Relacionábamos entonces las creencias, así como el creer en ellas, con el casi natural deseo de aferrarnos a unas predicciones y futuro ciertos. Todo ello como escape o respiro ante lo frágil y finito de la existencia, en el fondo, una vía de salida para lo que son las raíces de nuestra vulnerabilidad. De hecho, porque así somos, nos reconocemos necesitados de unos suficientes principios de seguridad, pero hacer de los mismos un camino de creencias inflexibles, de esas que aprisionan y hasta asfixian en lugar de soltar, no parece lo más adecuado.

En contraposición, el confiar, la fe, sean de la naturaleza que sean, como zambullidas en lo desconocido e incontrolable, en tanto dejar ir, sí serían aquel camino deseado. Sin duda, toda una paradoja. Precisamente la de ser este un camino de permanente búsqueda y abandono de todas aquellas estimadas verdades con las que secularmente hemos intentado protegernos en medio de la intemperie.

No discutimos, por tanto, el uso legítimo de lo que sean principios de seguridad, expresiones o ideas que remitan a una cierta verdad de la que fiarnos o a la que asentir. Pero en cambio, sí nos parece insensato caer en la creencia de que en dichos principios, expresiones o ideas poseeremos la verdad, una huida segura respecto a nuestra fragilidad. Como el dedo que señala la luna, nuestras construcciones, siempre necesarias y válidas, indefectiblemente también son provisorias. ¿Por qué? Pues porque lo que hoy es solución, probablemente mañana será un problema, pero sobre todo porque el dedo nunca será la luna.

Por eso, cuando inseguridad y miedos cobran formas impensadas y la neurosis individual y colectiva aflora, apelar a la urdimbre de seguridades que la COVID-19 ha puesto en entredicho es un absoluto contrasentido. No decimos que no sean urgentes y demandables determinadas gestiones, pero resistirnos caóticamente a no ver más allá, por volver al símil anterior, será como chuparse el dedo creyendo que somos la luna.

La orientación con que construimos -consciente o inconscientemente- nuestro estilo de vida, ha sido conducida a un callejón sin salida. ¿Es sensato querer salir del mismo a fuerza de no abrirnos a la realidad y la vida, a lo que de ellas ignoramos?  En el fondo, nuestro creer en creencias, en esa especie de seguro contra la propia inseguridad, nos tiene aprisionados, no nos permite abrir los ojos a lo invisible, abandonar los esquemas e ideas que solo endurecen inteligencia y corazón. Quizá todo obedezca a que hemos abandonado demasiado pronto el sano confiar. ¿Cómo recuperarlo?  

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martes, 15 de septiembre de 2020

COVID-19, cebollas de Egipto y sabiduría de la inseguridad (I)

Todo se ha tornado más incierto e inseguro, tenemos miedo. La situación apunta a que nuestros niveles de ansiedad, y hasta neurosis, aumenten. De ahí el bucle generalizado de desgastantes reclamos que, si bien supone niveles diferenciados de responsabilidad, viene a decirnos que estamos en medio de un atolladero existencial más que ante una simple cuestión de gestión. Por eso, nuestra apelación a la imagen de los israelitas bíblicos huyendo de los egipcios, ya que es un hecho que podemos asimilar nuestro presente al de aquella prototípica travesía por el desierto. Pero, desde aquella experiencia, y la actual, nuestra insistencia. Necesitamos reconectar con la inseguridad, el límite y la frustración que tanto nos incomodan, intentando a la vez una gestión más sana de los miedos que todo ello produce. En este sentido hablamos de ejercicios de verdad y transformación -individuales y colectivos- con los que resguardarnos en la intemperie. ¡Pero ojo! evitando la mitificación o creencia de que todo eso ´malo a lo que tememos` en algún momento no existió o a futuro desaparecerá. En el fondo, evitando la idealización de unas seguras, saciantes y sabrosas cebollas egipcias [Nm 11, 4-5].

Convenzámonos, ni hubo, ni habrá tales cebollas. De donde que nos preguntemos: ¿seremos capaces de caminar en la sabiduría de la inseguridad, la apertura de la no expansión y la solidez de la flexibilidad? Tres desafíos paradójicos, totalmente contrarios a la urdimbre sobre la que se han edificado nuestros cacareados sistemas y estilos de vida; tres soberbios puzles donde el arte de la contención y la austeridad aún tienen mucho que decir y enseñar, pues en contra de la idea de fracaso o desilusión que de ellas tenemos, contención y austeridad pueden ser expresión de que aún podemos caminar en el desierto diseñando sendas de posible sentido, de que la preguntas acerca de nuestras inseguridades han hallado otras respuestas. Solo entonces nuestras legítimas aspiraciones dejarán de confundirse con nuestras desnortadas expectativas. Necesitamos aprender a desterrar nuestras mitificaciones, precisamente las que enmascaran -como las cebollas de Egipto- nuestros miedos, pues estos siempre estarán ahí. Podremos pasar entonces, del nivel de las creencias, esas que suelen fabricar monstruos, al nivel de un nuevo ver; un ver -como dijera el zorro al Principito- capaz de lo esencial. Pero ¿cuál es el camino que en todo esto toca desandar? O ¿cuál la nueva forma de andar en el desierto?

Nunca, a lo largo de la historia, la seguridad ha sido más que provisoria y aparente, de ahí la secular necesidad y elaboración de creencias inmutables por encima de incertezas y calamidades. Vinculada a esta elaboración, pocas veces inocente, el estatus y rol de las religiones; pero tras siglos de dominio, la autoridad de aquellas fue reemplazada por la de la ciencia, quien, desde generalmente la duda sincera, ha intentado comprender y enfrentarse a la vida tal como ésta es. Desde entonces, el escepticismo -ateo o agnóstico- ha ido ganando terreno. Sin embargo, a pesar de todo lo que la ciencia ha hecho por este mundo, su representación del universo parece haber dejado a la humanidad sin ese otro mundo capaz de alimentar la esperanza en un futuro definitivo. Así las cosas, la razón va quedando satisfecha, pero el corazón permanece hambriento al no resolverse la cuestión del sentido que los hechos por sí mismos no poseen. En otras palabras, las lecturas y predicciones verificables de las ciencias -quienes no entran a analizar el llamado mundo espiritual, ni la eventualidad del tras la vida presente- nada satisfactorio dicen respecto a todas esas capacidades que a los humanos constantemente nos abren y lanzan al futuro: desear y razonar, amar y crear, etc.

No sería oportuno ahora abundar en la larga y estéril controversia entre religiones y ciencia, pero sí señalar la encrucijada a la que estas nos han conducido desde sus respectivos desarrollos. Religiones y ciencia, al momento de enfrentarse a lo que el común de los mortales: el miedo a todo lo que atenta contra la vida y, como contrapartida, el límite y la frustración, han buscado siempre dotarnos de anclajes para la supervivencia: mitos, creencias, revelaciones, pruebas, datos… da igual su naturaleza, inmanente o trascendente. Así las cosas, al día de hoy, para la ciencia, Dios o cualquier absoluto trascendental, serían insignificantes; que existan, ni explica nada, ni permite anticipación empírica alguna. En contrapartida, las religiones (al menos en su institucionalidad), al tener que soportar el agobio interpelante de no poder probar ninguno de sus absolutos al margen de los hechos, han tenido que sucumbir a la apología de las ventajas sociales y personales de creer en las creencias… ´Sí Dios no existe, habría que inventarlo`.

Desde este tire y afloje se ha configurado la Modernidad, pero también la Posmodernidad. Consecuencia: que cuando creer en absolutos parece imposible, el sustituto de creer en la creencia deviene vano y los datos ciertos solo producen tranquilidad temporal, resulta que nuestro tiempo se ha constituido en una época hipervulnerabilizada, por lo tanto, ansiosa y neurotizada al máximo. Es decir, no es que hayamos aumentado objetivamente nuestros niveles de vulnerabilidad, de hecho, tenemos más recursos que en otros momentos de la historia para un mejor vivir, sino que lo que ha aumentado es la percepción de nuestra intrínseca fragilidad. Una percepción que, al radicalizar nuestra inadaptación (esto es propiamente la neurosis) a lo que la vida manifiesta, pero también a lo que ésta oculta, termina produciendo dos dinámicas personales y sociales claramente identificables. Por un lado, la de la agitación nerviosa y codiciosa, incapaz de sosiego y satisfacción, sea que vayamos detrás de lo material, el placer o el crecimiento personal; la postura del consumo que tan bien aceitada tiene el mercado. Por otro, la de enfrentarse a la vida: un cuento sin pies ni cabeza, tratando de obtener de ella lo que se pueda mientras se va de una nada hacia otra; la postura, entre cínica y desesperada, del hacer porque no hay más remedio.

Dos dinámicas que, aunque fracasadas o -por ser suaves- necesitadas de urgente revisión, tal como la COVID-19 ha demostrado, se relacionan a un único empeño: el de dotar de valor y sentido a nuestras inseguras existencias. Un esfuerzo absolutamente contrario a aquella ´ley del esfuerzo invertido` de la que hablara Alan Watts en su célebre Sabiduría de la Inseguridad [1951]. Según dicho principio, cuando intentamos permanecer en la superficie del agua, nos hundimos; cuando tratamos de sumergirnos, flotamos. Realidad e imagen elocuente de que es imposible comprender la vida, lo que ella manifiesta y lo que en ella late, cuando solo tratamos de aferrarla y controlarla, sea que para eso elijamos cualquier tipo de creencia; o nos abstengamos de la creencia religiosa, o aceptemos el escepticismo de la crítica científica o como la gran mayoría, optemos por creer en la creencia, sea Dios o toda esa larga serie de diosecillos a los que tanto tributamos. ¿Pero hay entonces algún camino alternativo más allá del mito y la desesperación? Hay uno sí, como dijera el zorrito, el de lo invisible a los ojos. Un camino para el cual debemos recuperar el sentido de un término actualmente desusado y el valor de una actitud fundamental, también a la baja. Hablamos de la fe y la confianza respectivamente. Dos cuestiones, o mejor, caras de una misma medalla, que erróneamente se han confundido hasta lo indecible con creencias y creer.

Como para abrir boca, pongamos sobre la mesa algunos errores. Ha sido habitual que religiones y ciencia confundieran el símbolo, la expresión de aquello sobre lo que hablan, con la realidad hablada, lo cual ha llevado en un campo y en otro a una especie de ver incorrecto, a una especie de visión necesitada de la corrección que pueden proporcionar unas gafas. En este sentido, otro error: toda creencia y creer, religiosa y científicamente hablando, se ha configurado como insistencia en aquella verdad que se quiere o desea, algo así como fabricar de antemano un recipiente destinado a un contenido absolutamente escurridizo o empaquetar un lito de agua. Comenzamos a vislumbrar por dónde responder a nuestros interrogantes. Tanto la fe como la confianza suponen zambullirse en lo desconocido, un dejar ir en lugar de aferrar como hacen creencia y creer… Necesitamos gestionar nuestra legítima aspiración de seguridad, nuestros miedos, desde un giro racional y conductual auténticamente revolucionario. ¿Será este el tiempo de hacerlo? En breve, más…  

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sábado, 5 de septiembre de 2020

´Nueva normalidad` y ´cebollas de Egipto` (III)

Sin duda: ´la vuelta al trabajo` y ´la vuelta al cole`, son dos de los titulares que hoy ocupan nuestro ánimo y pensamiento. Y aunque siempre ambas vueltas han sido constituyentes de incertidumbre y ansiedad, con la actual situación de pandemia se han convertido en el nudo gordiano de las tensiones entre los ámbitos privado, semipúblico y público, a la sazón, recriminándose unos a otros. Una dinámica de desgastantes reclamos que, si bien supone niveles diferenciados de responsabilidad, viene a decirnos que estamos en medio de un atolladero existencial más que ante una cuestión de gestión. En efecto, y retomando la imagen de los israelitas bíblicos huyendo a través del desierto, que estamos queriendo volver a la falaz seguridad de la esclavitud en lugar de aventurarnos tras los inciertos pasos de la libertad.

Ante dicha tentación, hoy encubierta y legitimada detrás de la contradictoria idea de ´la nueva normalidad`, hace poco decíamos que necesitamos reconectar con el riesgo, el límite y la frustración que tanto nos asquean. Después, asumirlos desde un sano ejercicio de racionalidad y voluntad y finalmente, gestionarlos a partir de un proyecto existencial con sentido, no del oportunismo de lo que ´ahora convenga`, sea en los ámbitos de lo privado, semipúblico o público. Urgen ejercicios grandes de confianza, libertad y bondad. En el desierto, todos deberíamos aprender a desterrar nuestras mitificaciones, precisamente las que enmascaran -como las cebollas egipcias- nuestros miedos. Solo entonces nuestras legítimas aspiraciones dejarán de confundirse con nuestras desnortadas expectativas.

De ahí la necesidad de plantear la vida y el vivir que tenemos por delante, no desde la mera administración de aptitudes y talentos, sino según el criterio teleológico de unas actitudes y talantes capaces de engendrar esperanza a la vez que resistencia. Para entendernos: ¿de qué nos sirven unos determinados recursos, si no sabemos hacía dónde orientarlos? Más que nunca estamos llamados a descubrir y poner en valor la positividad de la contención y la austeridad como prácticas de contraposición y regulación inteligente y cordial para con uno mismo, la vida y los otros. En el fondo como prácticas, no las únicas, capaces de restituirnos al sentido de las cosas, a una conducción de ´luces largas` que, por supuesto tendrá que traducirse en cambios políticos y económicos, sociales y culturales, pero sobre todo en esos otros cambios que tanto cuestan: los personales.

De esta forma, así como el albergar y cobijar propios de la contención tendrían que ser ejercicio asertivo de cuidado para con uno y los otros, en particular en medio de toda conflictividad, del mismo modo la frugalidad y la moderación, el realce de lo pequeño y lo sencillo propios de la austeridad deberían entrar a formar parte de nuestra cotidianidad. Ejercicios -individuales y colectivos- con los que transitar por el desierto, reclamando por supuesto pequeñas tiendas donde resguardarnos de la intemperie, pero evitando, frente al miedo al riesgo, el límite y la frustración, la mitificación de que todo ello deberá desaparecer. En el fondo, evitando la idealización de unas seguras, saciantes y sabrosas cebollas.

Convenzámonos, ni hubo, ni habrá tales cebollas. En la dimensión de nuestra existencia, ni procedemos ni vamos hacia ningún paraíso [Esquirol. La penúltima bondad. 2018]. ¿Seremos, por tanto, capaces de caminar en la apertura de la no expansión, la sabiduría de la inseguridad y la solidez de la flexibilidad? ¿De dar a nuestra necesidad de confianza y seguridad, libertad y bondad, una nueva matriz de desarrollo? Unos desafíos donde el arte de la contención y la austeridad aún tienen mucho que decir y enseñar, pues no es cierto que sean signos de fracaso o desilusión tal como nos han hecho creer el mercado y sus brazos político-culturales. Por el contrario, pueden ser expresión de que la pregunta acerca de nuestra vida y vivir ha encontrado respuestas mejores, de que aún podemos caminar en el desierto diseñando sendas con sentido.

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domingo, 23 de agosto de 2020

´Nueva normalidad` y ´cebollas de Egipto` (II)

Hace apenas una semana, en esta ya larga pero también necesaria reflexión COVID-19, decíamos que frente al vapuleo sanitario, económico y anímico relacional al que nos está y seguirá sometiendo la actual pandemia, poco se han movido las tornas respecto a buscar soluciones de luces largas, es decir, capaces de afrontar el presente y el futuro más allá de la simple gestión u oportunidad. De ahí nuestra alusión, alarmada, a las ´cebollas de Egipto`, al alimento seguro que como esclavos tenían los israelitas bíblicos en el país de los faraones, pero que tras su liberación perdieron, volviendo entonces a añorar y reclamar en la línea de lo que reza el dicho: ´mejor malo conocido, que bueno por conocer`.    

Un comportamiento viejo y casi de manual. Tentación social y personal inevitable cuando el riesgo, el límite y la frustración, por un lado u otro irrumpen en la vida. Imaginaos el efecto, si dichas experiencias apareciesen simultánea e inusitadamente. Pues ¡´colapso`! Precisamente la situación en la que estamos y que difícilmente mejorará si persistimos en retroalimentar, aunque maquilladamente, los mitos que de una u otra manera han apuntalado gran parte del desarrollo de los últimos siglos en nuestro planeta. Nos referimos a la inmunidad sanitaria, el crecimiento económico ilimitado y la realización individual a toda costa, hilos de una urdimbre que pretendiendo vivir, entre otras cosas, de espaldas a la inevitabilidad del riesgo, el límite y la frustración nos han casi inhabilitado para vivir una vida más auténticamente humana.

Estamos ante una encrucijada colectiva e individual, donde la construcción y el ejercicio de aquellas responsabilidades que se suponen podrían sacarnos del atolladero, no pueden dirigirse unilateralmente hacia un extremo u otro. O hacia el de unos estructuralmente débiles sistemas de gobernanza, o hacia el de unas distraídas o negligentes conductas individuales. Por dotarnos de una regla que permita cierto análisis, desde una lectura filosófica de tipo existencial-espiritual como la nuestra, podríamos decir que cada vez que caemos en la anterior dinámica lo que estamos haciendo es volver sobre los pasos de la seguridad de la esclavitud en lugar de aventurarnos tras los pasos riesgosos de la libertad.

Pública y privadamente, en sus diferentes grados y complejidades, necesitamos ante todo reconectar con el riesgo, el límite y la frustración, luego asumirlos desde un sano ejercicio de racionalidad y voluntad, y finalmente, gestionarlos desde las claves de un proyecto existencial con sentido, no del oportunismo coyuntural de lo que ´ahora convenga` al Estado, el partido o la oposición, pero tampoco a la entidad, el grupo o la pequeña familia. Necesitamos ejercicios grandes, sociales e individuales, de libertad y bondad. En el desierto, todos necesitamos desterrar nuestras mitificaciones, precisamente las que enmascaran nuestros miedos al riesgo, el límite y la frustración.

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domingo, 16 de agosto de 2020

´Nueva normalidad` y ´cebollas de Egipto` (I)

El estado generalizado de pandemia decretado en marzo, como si una y otra vez necesitásemos señalar en el calendario los inicios de aquellos fracasos colectivos de difícil causalidad, ha venido a evidenciar la interdependencia de gran parte de esos aspectos naturales y culturales que, por configurar sin más nuestro día a día, podemos llegar a creer inamovibles. Nos referimos, entre otros, a la salud y la lucha por la supervivencia, el trabajo y la trabazón económico-financiera que lo circunda y a las relaciones humanas y el juego auténtico y figurado de las mismas. Que estos aspectos están interconectados no es ninguna novedad; a la crisis sanitaria seguirá -o sigue ya- la económico-social y con ésta, sabemos que la puerta a la crisis intra e interpersonal está más que abierta. Sin embargo, sí parece que fuera nuevo que dichas dependencia y conectividad no tienen por qué ser inmutables, como si de principios sagrados se tratase.

De hecho, tras la ilusión que del azote más duro de la COVID-19 emergeríamos diferentes y mejores, tenemos que superada la angustia de las curvas de la muerte hemos vuelto a las dinámicas del precipicio y de las luces cortas respecto al ahora y después pandémico. Resultado: en la nueva normalidad se da la paradoja de querer revivir los viejos paradigmas de la inmunidad sanitaria, el crecimiento económico ilimitado y la realización individual a toda costa. Es decir, la paradoja de no querer asumir la novedad de la que indirectamente habla el Coronavirus: que la dependencia y la conectividad con que hemos diseñado nuestra vida ni son una bendición ni una maldición, pero sí un modelo que necesita y merece ser revisado en su raíz y sentido. Tarea para lo cual urge adquirir visión de conjunto a la hora de los diagnósticos, desarrollar una prospectiva de luces largas, y lo más importante, dotar a todo ello de un atractivo, suficiente y renovado sentido existencial, aún a riesgo de los costes que pueda suponer -y siempre supondrá- entrar en el desierto que quizá pueda desembocar en la tierra prometida. Aunque ya sabemos, por proseguir con la imagen bíblica del éxodo israelí (Ex 3, 8), que sí ésta manó leche y miel fue a cambio de sangre y sudor.

En otros términos, necesitamos dotarnos de un nuevo paradigma existencial, de un vertebrador de sentido capaz de apuntalar los aspectos que la COVID-19 está vapuleando con más virulencia: la salud, la economía, las relaciones, pero no desde las soluciones instrumentales del talento y las aptitudes, sino desde las que van a la raíz de la vida individual y colectiva, desde el talante y las actitudes. Cierto que los pragmatistas de turno dirán a los filósofos de siempre que esto es estupidez angelical, de hecho, ya no se recurre ni presta atención a la voz de los sabios como cuando al principio de la pandemia estos parecían recuperar cierta autoridad frente a los tecnócratas. Pero así andamos… Las tornas apenas se han movido y la nueva normalidad parece no poder escapar del alimento eterno -como las cebollas de Egipto (Nm 11, 4-5)- de las mitificaciones que en parte nos han traído a este callejón. 

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domingo, 28 de junio de 2020

Esperanza y resistencia en tiempos de pandemias (III)

Contención y austeridad, una cuestión de libertad y bondad.

Planetariamente es un hecho que el Coronavirus no solo ha demostrado capacidad de arrebatar salud y vidas, sino también de reactivar y retorcer toda la carga viral de la que somos capaces los humanos. Por eso advertíamos que son tan inquietantes las pandemias del caos y del mero pragmatismo a los que polarizadamente tendemos frente a lo que será el pos COVID-19, como la estrictamente sanitaria instalada entre nosotros desde sus orígenes en Wuhan. De ahí la llamada a una transformación con sentido -de ´luces largas` decíamos- que, por supuesto tendrá que traducirse en cambios políticos y económicos, sociales y culturales, pero sobre todo en esos otros cambios que tanto cuestan: los personales. Esos que por ser diarios y de pequeña escala suelen parecernos irrelevantes, aunque en realidad por sus exigencias de desinstalación y renuncia sabemos que son los que más profundamente pueden transformarnos.

Reconozcámoslo, hagamos un ejercicio de autocrítica: social y personalmente hemos renunciado a dar sentido a la infinitud de posibilidades con que contamos, por eso, como reza el himno: ´estamos hartos de todo, pero llenos de nada`. De donde la necesidad de plantear la vida y el vivir que tenemos por delante, no desde la mera administración de aptitudes y talentos, en el fondo la trampa en la que hemos caído, sino según el criterio teleológico de unas actitudes y talantes capaces de engendrar esperanza a la vez que resistencia. Por eso, vinculando lo sobrevenido a partir del Coronavirus con lo que son las líneas maestras de nuestro hacernos sujetos individuales y colectivos de derechos y deberes, estamos llamados a descubrir y poner en valor la positividad de la ´contención` y la ´austeridad` como prácticas de contraposición y regulación inteligente y cordial para con uno mismo, la vida y lo diferente de uno: los otros/el Otro. En el fondo como prácticas, no las únicas, capaces de restituirnos al sentido de las cosas, a una conducción de ´luces largas`.

De esta forma, así como el albergar y cobijar propios de la contención tendrían que ser ejercicio de cuidado y de asertividad intra e interpersonal, del mismo modo la frugalidad y la moderación, el realce de lo pequeño y lo sencillo propios de la austeridad deberían entrar a formar parte de nuestra cotidianidad. Ejercicios, personal y cotidiano, con los que ´volver a casa`. Volver… que, como resguardo protector, será re expresión de nuestra necesidad de confianza y seguridad, pero también invitación a poner en funcionamiento nuestras capacidades de libertad y bondad.

En efecto, al cotejar que detrás de ese ´volver a casa`, resuenan unas preguntas y no otras: ¿qué vivir deseamos y creemos merecer?; ¿por qué vivir estamos dispuestos a hacer algo?, no será difícil comprobar que lo que está en juego aquí es la calidad de esos dinamismos que transversal y madurativamente nos acompañan desde nuestra llegada a la vida: la confianza, la libertad y la bondad. Ni tampoco constatar que la calidad de los mismos recibe sus mejores lecciones de lo que pudieran decirle unas concretas experiencias de contención y austeridad. Necesitamos regirnos por principios inteligentes y cordiales que nos ayuden a limitarnos. ¡Y convenzámonos! Ello no será signo ni de fracaso ni de frustración tal como envenenadamente nos han hecho creer el mercado y sus brazos político-culturales. Por el contrario, será signo de que la pregunta acerca de nuestra vida y vivir ha encontrado respuestas mejores, de que queremos seguir caminando hacia casa a través de sendas con sentido.


Por eso también la necesidad de aclarar algunos malos entendidos. Como tardo-modernos que somos, estamos influenciados por unas ideas de libertad y de bondad un tanto pendulares, capaces de ir sucesivamente de lo electivo a lo entitativo, o de la autorreferencialidad a la negación de sí, sin más, respectivamente. Con lo cual, una y otra terminan quedándose desenfocadas respecto tanto a sus potencialidades como a sus limitaciones. Así, el ´siempre más`, implícito tanto en el dinamismo de la libertad como en el de la bondad (y en sus consecuentes despliegues éticos y relacional-afectivos) no parte de una capacidad ontológica infinita, por el contrario, su fundamento es la propia finitud humana. De ahí el absurdo de pretender una libertad y una bondad sin apertura a las experiencias del límite y el fracaso.

En este sentido, la libertad y la bondad habilitadas para escuchar las lecciones de la contención y la austeridad, deberían ser ya dinamismos capaces tanto de autonomía como de máximo amor. Dos posibilidades que en los tiempos que corren no abundan, de donde la necesidad de desarrollarlas ya que son la única urdimbre desde la cual rearmarnos intra e interpersonalmente. Estamos evidentemente ante una comprensión de la libertad y la bondad extrañas, no por imposibles, sino por poco cultivadas. Sin embargo, son tan capacidad nuestra como el respirar.

Se trata de una libertad liberada del propio yo; paradójicamente, la libertad, para que sea real, necesita auto-posesión. Pero, en la misma medida en que nos auto-poseemos caemos bajo la esclavitud del yo, por eso necesitamos de la bondad, porque solo la bondad nos descentra, solo ella hace que nuestra libertad pierda el miedo a perder el yo y entonces sea capaz de obedecer hasta límites insospechados. ¡Pero cuidado! Es importante clarificarnos, ver dónde andamos. Si pretendemos tener obediencia y no hemos pasado por elecciones, no nos hagamos ilusiones: esa obediencia será sumisión. Si no tenemos capacidad de autonomía no tenemos, tampoco, capacidad de entregar el propio yo. Nadie entrega lo que no tiene. Si no tengo autonomía, no puedo entregar mi yo. Y, si no puedo entregar mi yo ¿cómo quedará mi libertad? ¿Accederá al grado máximo de la bondad?

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domingo, 14 de junio de 2020

Esperanza y resistencia en tiempos de pandemias (II)

Austeridad y vuelta a casa.

Hace unos quince días, si bien reconocíamos que no quedan voces capaces de negar el impacto que ha sido y seguirá siendo la COVID-19, también veíamos que respecto a la necesidad de gestar un caminar capaz de engendrar esperanza y resistencia frente al ´ahora` y al ´después` de este tiempo pandémico, las perspectivas no son prometedoras. En efecto, las evidencias de que el griterío polarizante de nuestros representantes (los de aquí y los de allá) parece incapaz de modularse, pero que las ansias de gran parte de la sociedad por volver a las costumbres canónicas de una vida profundamente mercantilizada tampoco menguan, alimentan zozobra y preocupación. Tanto, que a la semana volvíamos a preguntarnos por el origen de estas pandemias que una tras otras vienen sucediéndose como en un desastroso domino; como si el Coronavirus no solo pudiera arrebatar salud y vidas, sino también reactivar y retorcer la mismísima carga viral de la que somos capaces los humanos.

"Hemos prescindido de dar sentido

a nuestras posibilidades...

Vivimos hartos de todo, llenos de nada".

Puntualizamos: de la que somos capaces los humanos, no la condición humana, porque, aunque ahora parezca incierta la salida del atolladero en el que estamos, lo que vemos y produce indignación y hasta vergüenza ajena no es toda la humanidad. Hay otra parte, seguro que más sensata, aunque demasiado silenciosa aún y son ambas, sumadas, las que conforman dicha condición humana. Precisamente la necesitada de esa revisión integral de la que también hablábamos; de esa ITV, en el sentido de re-orientación hacia nuestra propia verdad, para desde ahí trazar líneas de auténtica transformación. Una transformación que, por supuesto tendrá que traducirse en lo político y lo económico, lo social y lo cultural, pero no desde la mera administración de aptitudes y talentos, en el fondo la trampa en la que como sistema de vida hemos sucumbido, sino desde la puesta a punto de aptitudes y talentos según el criterio teleológico de unas actitudes y talantes. Reconozcámoslo y hagamos un ejercicio de autocrítica, a todos los niveles: socialmente hemos prescindido a dar sentido a nuestra infinitud de posibilidades, pero claro: ¿de qué nos ha servido estar hartos de todo, si estamos llenos de nada?                                                        


De donde, vinculando lo sobrevenido  con lo que son las líneas maestras de nuestro hacernos personas y sociedad, sujetos individuales y colectivos de derechos y deberes, la llamada a descubrir y poner en valor la positividad de la ´contención` y la ´austeridad` como prácticas de contraposición y regulación inteligente y cordial para con uno mismo, la vida y lo diferente de uno: los otros/el Otro.

"Hemos llegado a hacer de nuestro mundo

psíquico, existencial y espiritual

una especie de mercado en expansión”.

De esta forma, así como el albergar y cobijar propios de la contención, decíamos que tendrían que ser ejercicio de cuidado de uno y del otro, de asertividad intra e interpersonal, del mismo modo la frugalidad y la moderación, el realce de lo pequeño y lo sencillo propios de la austeridad deberían entrar a formar parte de nuestra cotidianidad. De hecho, estamos tan acostumbrados a regirnos por criterios mercantiles y de consumo, que hemos llegado a hacer de nuestro mundo psíquico, existencial y espiritual una especie de mercado en expansión. Vivimos en un juego incesante de ofertas y demandas invisibles: impulsos y pura emocionalidad, datos y vínculos algorítmicos, gustos a la carta y satisfacciones autorreferenciales, esteticismo kitsch y adocenamiento mental… Situación que, si entre los llamados millennials asusta dado que es notorio como recorta su capacidad para la autolimitación y la gestión de fracasos y frustraciones, entre las generaciones anteriores no es mucho mejor.

Por eso, tras este intento de comprensión critica de lo que nos acontece para evitar ser arrastrados por los hechos, la insistencia del ´volver a casa`. Volver… que, como resguardo protector, es re-expresión de nuestra necesidad de confianza y seguridad, pero también invitación a poner en funcionamiento nuestras capacidades de libertad y bondad. En otras palabras, que detrás del volver a casa, resuenan unas preguntas: ¿qué vivir deseamos y creemos merecer? ¿Y por qué vivir estamos dispuestos a hacer algo? Volver a casa, a lo importante, a eso que por serlo nos integra y nos reconstituye, frente a todo eso otro que nos atrapa, disgrega y debilita, obviamente no es regresar a un espacio tangible, tampoco a un hacer determinado. Por el contrario, se trata de un retornar al centro abandonado de nosotros mismos, a lo más interior, no como escape, sino como reconocimiento de sí, para salir luego a los otros y las cosas desde otra actitud. El ejemplo del respirar nos lo dibuja como nadie. Siendo la respiración ineludible para el existir, sus movimientos: inspirar - espirar, son elocuentes. Solo inspirar nos mataría, nuestros pulmones no están capacitados para extenderse sin fin, en un punto debemos espirar, soltar.

Es imperioso que, en un punto, en uno de esos momentos inexcusables, como cuando respiramos, comencemos a soltar, a ser austeros, en lo material claro, pero fundamentalmente en todo ese mundo que va más allá… Necesitamos regirnos por un principio inteligente y cordial que nos ayude a limitarnos. Ello no será signo de fracaso y frustración tal como envenenadamente nos han hecho creer el mercado y sus brazos político-culturales, será signo de que la pregunta acerca de nuestra vida y vivir ha encontrado respuestas mejores. Será signo de que queremos seguir viviendo, caminando hacia casa…

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domingo, 7 de junio de 2020

Esperanza y resistencia en tiempos de pandemias (I)


Contención y vuelta a casa.

Varias pandemias nos asolan… y entre incrédulos e indefensos vemos cómo las naturales (Ebola, COVID-19…) no solo tienen la capacidad de producir enfermedad y muerte, sino también la de reactivar otras, menos o nada naturales, pero tan inquietantes como sus parientas. Por caso, mientras por aquí nos debatimos entre ´el a cuanto peor mejor` de unos y ´las luces cortas` de otros, tras los mares, ´la ley y el orden` de Trump emulando a Nixon pretenden enlodar el reclamo de las víctimas a simplemente vivir. ¿Qué pandemias son estas? ¿De qué fatalidad o anomalía proceden? Menos mal que entre las fichas de este domino viral, algunas de ellas son discretamente esperanzadoras, con lo cual: ´no todo está perdido`. 

“Volver a casa, a nosotros mismos,
 desde lo que la contención y la austeridad nos dicen”.

Y precisamente con este ´no todo está perdido`, con este evidentemente más deseo de supervivencia que certeza de plenitud, es que hemos venido planteando la necesidad de recuperar, para el ´ahora` y el ´después` del Coronavirus, unas esperanza y resistencia que realmente nos devuelvan, al modo de ´luces largas` en el camino, a la posibilidad de un vivir más humano. A un vivir que como ´vuelta a casa`, nos recoloque de modo permanente y genuino frente a lo que la ´contención` y la ´austeridad` (sea que las vivamos como obligación, necesidad o libre convicción) han comenzado a obrar desde que cuarentenas, confinamientos y desescaladas se han generalizado. Al respecto, decíamos que cuando se encendieron las alarmas, fue necesario ´parar` y ´guardar`: ´¡CONTENCIÓN! `. Y lo más desafiante, hubo que volver a lo ´pequeño` y lo ´sencillo`, a lo repetitivo de lo cotidiano y poco brillante: ´¡AUSTERIDAD!`.

Y agregábamos… que aun siendo legítimas nuestras indignación y desafección frente a lo que vemos -y probablemente seguiremos viendo- en escena, resulta urgente que como sociedad despertemos, que pongamos en observación todos nuestros niveles de expectativas y realización. Ello porque la COVID-19 no solo ha venido a decirnos que todos nuestros sistemas de gestión necesitan revisión, una ITV integral, sino que nosotros mismos, nuestra condición humana demanda ponerse a punto: reorientarse frente a su propia verdad y desde ahí, trazar líneas de transformación. Un empeño por volver de donde incauta o conscientemente salimos. Un empeño donde la ´contención` que alberga, refugia y cobija puede decir y hacer mucho tanto a nivel intra como interpersonal.

Prescindiendo de la material, toda otra contención, en particular la emocional y la intelectual (ambas inseparables, aunque suela
hablarse solo de la emocional) buscan o persiguen una cierta tranquilidad, una suficiente afinación entre mente y corazón. La necesaria como para reconquistar la confianza que un determinado hecho o circunstancia ha afectado o minado.

“Contención, como empatía
 y escucha activa de nosotros mismos”.

A nivel interpersonal es fácil determinar los mecanismos que la capacidad en cuestión exige poner en práctica: la ´actitud empática` y su irrenunciable derivada, la ´escucha activa`. Caras de una misma moneda que casi siempre vinculamos a la relación con otro; ello en el sentido de comprender su mundo de emociones, razones y acciones como presupuesto para que empoderadamente gestione lo que le concierne. Se trata por tanto de una actitud opuesta a la asimilación emocional y la solución inmediata, a la eficacia y consuelo de la simpatía, productos más de nuestras ansiedad y visión de las cosas, que de lo que el otro plantea, necesita y eventualmente puede.

Ahora bien, sí ya este ejercicio de escucha cordial, no de mera audición y resolución según lo bueno o adecuado de nuestros sentimientos y convicciones, es difícil de vivir frente a los demás, pensémoslo frente a nosotros mismos. En efecto, cuando el objeto de esas necesarias empatía y escucha activa soy yo, todo suele saltar por los aires. De hecho, con harta frecuencia no sabemos conectar ni con nuestra emocionalidad ni con nuestra racionalidad. Y tanto es así, que lo que nos acontece puede llegar a cobrar tal poder, que de lo único que somos capaces es de una respuesta ansiosa: o agresiva o remisiva.

“Contención en tanto relación equilibrada.
 Ni fustigación, ni auto-condescendencia”.

Hablamos, en definitiva, de un ejercicio de asertividad hacia el interior de nosotros mismos, no solo hacia la exterioridad interpersonal en cuanto mecanismo resolutivo de conflictos (tal como suele presentarse a dicha asertividad desde ciertos reduccionismos de lo emocional). El conflicto y la inseguridad, la incerteza y la duda no solo guardan relación con lo que acontece o nos llega de fuera, por el contrario, muchas veces el impacto que ejercen sobre nosotros, tiene su razón última en las raíces y capacidades -o en su falta e inadecuación- del equipamiento psicológico, existencial y espiritual que podamos tener, es decir, en la calidad de aquello que interiormente tengamos reconocido, comprendido y aceptado.

No miramos a la contención estoico-cristiana de la no manifestación de las pasiones, tampoco a la burgueso-puritana del solo expresar racionalidad y corrección moral. Pero mucho menos miramos a esa otra contención pseudo espiritual que hoy vende por doquier el mercado del bienestar. La contención a recuperar exige no renunciar a nuestra propia y más profunda verdad: la de seres finitos que solo pueden calmar su sed de infinitud en la relación con los otros/Otro. Por tanto, se trata de un contenernos en la verdad más radical de nuestra condición humana, para no caer en las trampas ni de la fustigación de otros tiempos, ni de la auto-condescendencia individualista y hedonista de moda.

Se trata de comprendernos y desde ahí actuar en orden a la propia transformación. Seguramente una transformación difícil, y hasta poco pretenciosa según se mire, pero seguramente también, la más honesta y posible. ¿Por qué? Pues por ser, aunque pequeña y frágil, auténticamente nuestra. 

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domingo, 31 de mayo de 2020

´Cuidarnos` y ´cuidar` en tiempos de confinamiento (VI)


Contención y austeridad en la ITV de nuestras expectativas.

A esta altura de los acontecimientos seguramente ya no queden voces negacionistas respecto al impacto de múltiple alcance e inusitada contundencia que está siendo -y así seguirá siéndolo por algún tiempo- la COVID-19. Sin embargo, respecto a la necesidad de merecer otro caminar, realista y sensato, capaz de engendrar una esperanza y una resistencia más humanas frente a lo que nos deshumaniza, parece que no hay forma de modular el vocerío de los que ocupando el protagonismo de lo público especulan o con el precipicio o con una conducción de luces cortas. ¡Pero ojo! tampoco parece que entre bambalinas haya mejor personal para reemplazar al coro de faltones y sicofantes que nos tiene en vilo. ¡Qué vamos! Que lo tenemos crudo y que si no espabilamos probablemente terminemos siendo carne de cañón de la polarización y la fragmentación, es decir, el mejor auditorio para sostener más y más vocerío.
"La COVID-19 ha venido a decirnos que nuestra condición humana
necesita una ITV integral y urgente".
Por ello, aún siendo legítimas nuestras indignación y desafección frente a lo que vemos en escena, resulta urgente que como sociedad salgamos de ciertas perezas y torpezas. ¡Qué despertemos! Y que comencemos a hacerlo por donde hace siglos desistimos: por la pequeña escala de las relaciones personales más íntimas y próximas, pues en vano podemos pretender que la vida misma o los demás, siempre demasiado misteriosa o demasiado lejos, hagan por nosotros lo que a nosotros toca. Hablamos de espabilar, de ponernos en pie, de despertar respecto a qué mujeres y hombres queremos ser, y críticamente, respecto a qué motivaciones y recursos tenemos para ello. La COVID-19 no ha venido solo a decirnos que todos nuestros sistemas de gestión necesitan revisión, una ITV integral, sino que nosotros mismos, nuestra condición humana necesita ponerse a punto: reorientarse frente a su propia verdad y desde ahí, trazar líneas de transformación.
Y es aquí -porque lo que acontece va con nosotros, pero en ello deberíamos evitar a la vez convertirnos en lo acontecido- donde tenemos que poner bajo observación todos nuestros niveles de expectativas; lo cual no significa renunciar a tener un horizonte vital, sino reorientar nuestra existencia individual y colectiva según el mejor fin posible.
Un empeño en el que creemos, como decíamos hace una semana, la positividad por redescubrir de la CONTENCIÓN y la AUSTERIDAD, en cuanto capacidades de albergue, refugio y cobijo, frugalidad y moderación respectivamente, puede decir y hacer mucho, para con nosotros a título individual, pero también para con la misma vida y los demás.
Nuestro punto de vista no es el del análisis y la crítica política, sino el de la comprensión vital, de donde el intento de vincular lo sobrevenido tras la actual pandemia con las que podríamos decir son las ´líneas maestras` de nuestro hacernos personas y sociedad. Hablamos de la vida, tanto a nivel psicológico y existencial como a nivel trascendental, por eso, en cada uno de estos niveles es donde deberíamos ser capaces de hacer más razonable y cordial aquello que creemos merecer. ¿Cómo? Pues sacándolos de la clave del consumo y el placer sin criterio ni límite con que los hemos configurado, en el fondo, de la mitificación o endiosamiento que ya como modernos -entre los siglos XVI y XVIII- hicimos de nuestra individualidad racional.
"Contención y austeridad no como ascética,
sino como mística de las relaciones y el encuentro".
En dicha tarea, la ´contención` y la ´austeridad` que planteamos tendrán que ir más allá del camino ascético, duro y purgativo que solo busca evitar el mal desde la perspectiva de lo defensivo. Por el contrario, deseamos y pensamos a ambas como camino místico, como contraposición y regulación dialogante y flexible con la vida y con lo diferente de uno mismo. Se trata de otra perspectiva: la de la apertura para el encuentro. Veamos pues, cómo podrían jugar y qué podrían dar de sí cada una de esas ´líneas maestras`: lo que son nuestras expectativas o esperamos de nosotros, de la vida y del otro/Otro al ser puestas bajo esta impostergable ITV.
a) Lo que esperamos de nosotros mismos: En una época donde la persona, en cierto sentido antes ´sujetada` por su propio yo, no halla o no reconoce el valor del ´sí mismo`, perdiéndose así en constantes y neuróticas búsquedas vaya a saber de qué, ´volver a casa`, a la ´inocencia radical`, al ´yo profundo` será lo primero a roturar y sembrar. No como afán de regusto individualista, sino como auténtico y sano cuidarse para cuidar. Algo en lo que la soledad y el silencio, como vuelta y retiro al propio misterio antes que como huida y relax, serán claves.
Corolario: la recuperación del propio centro vital.

b) Lo que esperamos de la vida: Asumir que la vida no está en nuestra manos, que la gestación de lo presente y porvenir se da sin nosotros controlarlo todo, es quizá lo que más contundentemente nos exija la experiencia de ´enfermedad y muerte absolutas` instaurada por la COVID-19. Lo cual, ni significa renunciar a nuestras legítimas aspiraciones, ni tampoco dejar de actuar responsablemente. El desafío: poner nuestra necesidad instintiva de seguridad fuera de nosotros, en lo no controlable, máxime cuando esa seguridad en la que confiar no revista las formas deseadas.
Corolario: el desarrollo de unas confianza madura y sana autoaceptación.

c) Lo que esperamos del otro/Otro: Inmersos en un modelo de reproducción cultural en el que el otro, viviente como nosotros, y lo Otro, en tanto razonable posibilidad capaz de sacarnos de nuestra pura autoreferencialidad, en general cuentan poco o nada, urge replantear nuestros criterios de alteridad. En efecto, enclavado en los privilegios del yo, por ende, en un uso calculado de la libertad y la bondad, el general sentido de relación que entablamos con lo diferente de nosotros mismos, se aleja cada vez más de la inexcusable respuesta que siempre demanda la presencia del otro/Otro. ¡Reconozcámoslo! muchas de nuestras relaciones son puro egoísmo e insustancialidad; incluso las religiosas. Así las cosas, frente a unas vivencias de relación tan deficitarias, seguramente unas recuperadas identidades -desde una ´libertad capaz de autolimitarse` y una ´bondad menos interesada`- puedan aportar mucho.
Corolario: la reorientación del sentido y la salida hacia el otro/Otro.
´Contención` y ´austeridad` nos han sido demandadas a todos, algunos las habrán vivido como obligación, la mayoría como necesidad… con todo, el desafío de una vivencia más honda y radical de las mismas, en cada uno de nuestros niveles de relación y espera, aún es una tarea por realizar. ¡Y recordémoslo! No es ni será tarea de ningún coro o compañía en la que delegar lo que es nuestra responsabilidad. De ese coro, somos parte todos y cada uno, incluso el misterio de la vida y lo Otro.
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