martes, 6 de septiembre de 2016

El ´cuidado de sí`. Las vueltas al hombre y al mundo (III)

Decíamos hace tiempo ya, que durante la Modernidad se produjo una radicalización de la subjetividad que, a la par que convirtió la naturaleza en un caos material necesitado de control, desarraigó al propio hombre del mundo real. Así, dicho mundo, por carecer de fin y sentido, requerirá por parte del hombre dirección y legalidad. Toda una paradoja. Precisamente aquella de donde nacen las grandes construcciones políticas, sociales y éticas de la Modernidad; las mismas de las que aún, para bien y para mal, somos herederos.

De este modo, a través de un avance complejo pero irrefrenable, dicha subjetividad (emancipada de una naturaleza reducida a simple materia disponible y controlable) quedó abocada a dos posibilidades. Primero: a disolverse en el mundo de los condicionamientos que atraviesan lo humano: la vida, el trabajo, el lenguaje, etc. Segundo: como libertad sin finalidad, a convertirse en coartada para la arbitrariedad y el dominio político. En el fondo, una polarización conducente al fin de la auténtica interioridad.

Pero como diría Heidegger: ´afirmar la subjetividad a expensas del mundo no ha sido algo accidental, por el contrario, ha sido un comportamiento auténticamente patológico`. Precisamente el que permitiría caracterizar nuestros tiempos posmodernos como los de la clara muerte del sujeto. Así, mientras la subjetividad lo cubriría y explicaría todo, el sujeto humano concreto se disolvería en grupos, condicionamientos y determinismos… la apoteosis de la primera no traería más que el vértigo del desarraigo definitivo.

Un vértigo que de Nietzsche a Foucault, quedará recogido en la critica a lo que Innerarity y otros autores denominan el ´sueño antropológico`, antítesis del ´sueño dogmático` o fideista del que la Modernidad pretendió infructuosamente salir. De ahí la actualidad de las palabras de Nietzsche: ´a todos los que aún plantean cuestiones sobre lo que es el hombre en su esencia, a todos los que quieren partir de él para tener acceso a la verdad… [pero] se niegan a mitologizar sin desmitificar… pensar sin pensar inmediatamente que es el hombre quien piensa, a todas esas formas de reflexión torcidas y deformadas, sólo cabe oponer una risa filosófica... es decir, en cierto modo, silenciosa`.

Palabras que nos devuelven a una imperativa necesidad. La de reencontrarnos con un saber cuyo sentido y valor, para ser y salvar lo más humano de lo humano que nos sea posible, no caigan una vez más en la coartada de falaces antropologizaciones. 

Sobre los restos del naufragio moderno y posmoderno, como quien se contempla (para redescubrirse) ante espejos quebrados, nuestra misión será recuperar casa y sujeto, interioridad y espiritualidad, es decir, el mejor orden posible para el ´cuidado de sí y de los otros`…