Decíamos hace tiempo ya, que durante la Modernidad se
produjo una radicalización de la subjetividad que, a la par que convirtió la
naturaleza en un caos material necesitado de control, desarraigó al propio
hombre del mundo real. Así, dicho mundo, por carecer de fin y sentido, requerirá
por parte del hombre dirección y legalidad. Toda una paradoja. Precisamente aquella
de donde nacen las grandes construcciones políticas, sociales y éticas de la
Modernidad; las mismas de las que aún, para bien y para mal, somos herederos.
De este modo, a través de un avance complejo pero irrefrenable,
dicha subjetividad (emancipada de una naturaleza reducida a simple materia
disponible y controlable) quedó abocada a dos posibilidades. Primero: a disolverse
en el mundo de los condicionamientos que atraviesan lo humano: la vida, el
trabajo, el lenguaje, etc. Segundo: como libertad sin finalidad, a convertirse
en coartada para la arbitrariedad y el dominio político. En el fondo, una
polarización conducente al fin de la auténtica interioridad.
Pero como diría Heidegger: ´afirmar la subjetividad a expensas
del mundo no ha sido algo accidental, por el contrario, ha sido un
comportamiento auténticamente patológico`. Precisamente el que permitiría
caracterizar nuestros tiempos posmodernos como los de la clara muerte del
sujeto. Así, mientras la subjetividad lo cubriría y explicaría todo, el sujeto
humano concreto se disolvería en grupos, condicionamientos y determinismos… la
apoteosis de la primera no traería más que el vértigo del desarraigo definitivo.
Un vértigo que de Nietzsche a Foucault,
quedará recogido en la critica a lo que Innerarity y otros autores denominan el
´sueño antropológico`, antítesis del ´sueño dogmático` o fideista del que la
Modernidad pretendió infructuosamente salir. De ahí la actualidad de las
palabras de Nietzsche: ´a todos los que aún plantean cuestiones sobre lo que es
el hombre en su esencia, a todos los que quieren partir de él para tener acceso
a la verdad… [pero] se niegan a mitologizar sin desmitificar… pensar sin pensar
inmediatamente que es el hombre quien piensa, a todas esas formas de reflexión
torcidas y deformadas, sólo cabe oponer una risa filosófica... es decir, en
cierto modo, silenciosa`.
Palabras que nos devuelven a una
imperativa necesidad. La de reencontrarnos con un saber cuyo sentido y valor,
para ser y salvar lo más humano de lo humano que nos sea posible, no caigan una
vez más en la coartada de falaces antropologizaciones.
Sobre los restos del naufragio
moderno y posmoderno, como quien se contempla (para redescubrirse) ante
espejos quebrados, nuestra misión será recuperar casa y sujeto, interioridad y
espiritualidad, es decir, el mejor orden posible para el ´cuidado de sí y de los otros`…