sábado, 26 de diciembre de 2020

Poniendo a punto nuestras confianza, libertad y bondad (I)

Hace poco, ante la constatación de que la orientación con que construimos (estructural y personalmente) nuestro estilo de vida, parece hallarse en un callejón sin salida, planteábamos lo insensato de querer salir del mismo a fuerza de seguir añorando y alimentando criterios francamente insostenibles. Entre los más evidentes: el individualismo autorreferencial, la tendencia al consumo ilimitado, la pérdida del sentido del otro. Criterios que, como un dibujo de época, hablan de nuestro no abrirnos a la vida y a lo que de ella ignoramos. En otras palabras, de nuestro resistirnos a cambiar las preguntas -por miedo, comodidad o mezquino interés- ante una realidad empeñada en decirnos: ´por aquí no`, ´así, tampoco`, es decir, abocada a enfrentarnos con nuestros propios fracasos.

Tres engranajes que urge poner a punto

Sin embargo, paradójicamente, detrás de dichos criterios, pero sobre todo de la conciencia de su poder desertizador, se hallan los dinamismos capaces de sacarnos del atolladero en el que hace tiempo nos encontrábamos y que la COVID-19 solo ha venido a patentizar. En efecto, la inviabilidad de nuestro individualismo autorreferencial, consumo ilimitado y pérdida del sentido de la alteridad, remite a unos engranajes que, aunque aparentemente malogrados, son la única oportunidad que nos queda sí aun queremos dotar de algún sentido nuestras existencias. Hablamos de la confianza, la libertad y la bondad, tres condicionalidades exclusivamente humanas a las que urge poner a punto.

Y urge, porque son un hecho tanto la crisis de confianza (crisis que particularmente en el ámbito de lo institucional recibe sus más peligrosos niveles de descrédito y sospecha) como el entredicho en el que ha sido colocado nuestro sistema de libertades y bienestar. De hecho, la confianza parece no poder traspasar el umbral que va de la vida privada a la vida pública, la libertad individual, para muchos está siendo vilipendiada, o simplemente colapsa ante las restricciones con las que desde hace tiempo convivimos y respecto a la solidaridad de nuestro pretendido sistema de bienestar: ¿la rige realmente la solidaridad o el cálculo? ¿Es solidaridad cierta cuando las vacas parecen todas adelgazar?

La confianza, esa sal que se nos ha vuelto insípida

Comenzando por el dinamismo o engranaje de la confianza, observemos: ¡cuántos alrededor, viven o, mejor dicho, transcurren por la vida, abatidos o abatiendo, sin consciencia o con falsas consciencias de sí! En fin, como si ya no pudieran o quisieran salar adecuadamente sus existencias. Pero: ´...si la sal se ha vuelto insípida, ¿con qué se hará salada otra vez? [Mt 5, 13]. ¿Cómo volver a saborear la vida, nuestras vidas? Y si aun conservásemos algo de buena sal: ¿Cómo compartirla? ¿Cómo convidarla en medio de la insipidez y el contrasentido? Preguntas, en el fondo, donde vemos que todo está íntimamente vinculado a la necesidad y capacidad de confiar. 

Ante estas preguntas, pienso y comparto una primera respuesta. Creo, que esa necesaria -aunque no siempre deseada- recuperación de la confianza y el confiar (en tanto relación con lo que ni sabemos ni controlamos, pero también cualidad para trazar puentes entre lo recibido y lo que decidamos hacer con ello) dependerá fundamentalmente de dos cosas. Por un lado, de cambios a nivel mental. Es decir, de revisar la vigencia o no, de muchos de nuestros paradigmas; no para enmendarlo todo, pero sí para resignificar lo esencial.

Pero desde otro punto de vista, seguramente el más difícil, recuperar confianza y confiar estará vinculado a la actitud cordial que seamos capaces de recrear. En otras palabras, a nuestra relación con la libertad y la bondad, con el darlas y el recibirlas… con el abrazo y cuidado que podamos brindar, o con el abrazo y cuidado que dejemos que nos den…

En breve más…

domingo, 6 de diciembre de 2020

COVID-19, cebollas de Egipto y solidez de la flexibilidad (II)

Como en nuestras últimas entregas, la imagen de las cebollas de Egipto por las que los israelitas clamaban en el desierto, nos invita a reconectar con la inseguridad, el límite y la frustración que nos son propias, pero que la COVID-19 pareciera querer reforzar con sus imparables brotes. De hecho, asumimos que tener ahora vacunas, no nos evitará seguir conviviendo por bastante tiempo con el virus y todo lo que ha instalado en nuestras vidas: restricciones, distancias, perímetros, etc., etc. Con todo, seguimos perdidos en cuanto a sacar de la situación el mejor partido, a hacer de la necesidad virtud como reza el refranero.

A la filosofía, como a la lechuza de Atenea, no le corresponde -ni puede- vaticinar el futuro, pero sí, desde algunas opciones existenciales validadas por los siglos, lanzar su mirada aguda sobre la realidad, tomando la distancia necesaria y suficiente como para otear de dónde venimos y a dónde vamos en lo que, convengamos, sería el mediato presente. ¡Pues bien!, desde dicho mirar es que venimos hablando del laberinto vital en el que estamos atrapados y sobre el cual, sí queremos escapar, deberíamos revisar la calidad del hilo capaz de devolvernos a la salida. Un hilo hasta ahora constituido por insistencias en parte viciadas: la de un sistema de seguridad y normatividad claro, meridiano y la de una vida que no puede realizarse más allá de lo expansivo, sea esto lo material, lo social o lo personal.

A estas insistencias, pero sobre todo a la necesidad de revisarlas en cuanto a su sentido y sostenibilidad real (en un planeta en vías de agotamiento y unas gobernanza y contrato social quebrados), nos hemos estado refiriendo cuando trazábamos ese juego de paradojas sobre el que hoy queremos insistir. Primera paradoja: la de ´la sabiduría de la inseguridad` en tanto llamada a un renovado confiar y, por ende, renunciar a la pretensión de principios y medios de seguridad absolutos. Segunda paradoja: la de ´la apertura de la no-expansión` en cuanto repensar hasta donde nuestro mirar al futuro, pertinazmente sigue dándose en términos de llegada, conquista y consumo. Las seguridades absolutas matan, eliminan de una y mil formas, pero la expansión sin límites también… imaginad por un momento a nuestros pulmones solo inspirando… reventaríamos.

Y en estos dos círculos viciosos estamos. Impávidos ante las persistencias del virus, persistimos inflexibles en nuestras insistencias. Y por supuesto que no decimos que no haya que vencer la pandemia, pero sí que habría que ver las fallas estructurales que en nuestros sistemas de vida la COVID-19 ha evidenciado. Estos fallos también necesitamos gestionarlos, pero no desde la inmediatez, el tacticismo ideológico-político, la polarización, el ruido mediático-virtual o el infantilismo social. Por el contrario, será un trabajo arduo y requerirá hacernos con otra de las hebras de aquel hilo capaz de conducirnos fuera del laberinto: el de ´la solidez de la flexibilidad`, la tercera de nuestras paradojas.

Ya sabemos que, para los objetivistas de siempre, para los convencidos de que las verdades eternas como también el bien y el mal absolutos, están ahí y que solo hay que ajustarse a ellos, esto de la flexibilidad suena a relativismo cultural y moral. Pues no va por ahí nuestra intención al subrayar la necesidad de poner en valor la última paradoja. En un mundo complejo, y esto quizá sea el mejor antídoto -anticipo de que tarde o temprano fracasarán- contra todo dogmatismo, solo la flexibilidad nos permitirá ver el mayor espectro posible de posibilidades, ir de una senda u orilla a otra, caminar en una solidez hecha de dudas. A ello se refería no hace mucho Daniel Innerarity al reclamar a nuestra dirigencia política, pactos -antes que vetos- como único procedimiento capaz de lograr un cambio social duradero [El poderoso encanto de la impotencia - EL PAÍS - Oct 2020].

El camino de la duda, y desde ésta a la pregunta y desde aquí al diálogo argumentado y contrastado, para así, una y otra vez reiniciar el proceso, es aquello que los siglos han validado como el camino que toca a los mortales -no somos dioses, ni siquiera semidioses a pesar de todas nuestras conquistas-. Son este camino y caminar los que más han logrado respecto a la especie. ¿Por qué? Pues porque la duda nos hace ser, en tanto ejercitantes de la libertad y bondad de la que somos depositarios, austeros y contenidos; capaces de ponernos limites a nosotros mismos antes que ponerlos a los demás o reclamar que nos los pongan. Límite para con aquello que nos daría plena seguridad y límite para con aquello sobre lo que consideramos que podemos avanzar sin más. En el fondo, límite, no como respuesta acabada a nuestras paradojas, pero sí como sendero sostenible y con sentido hacia un descanso en el laberinto. ¡Y cuidado! Hablar de límite no significa menoscabar ni reducir la libertad, por el contrario, significaría liberarla por fin de las estrecheces intencionadas del sistema.

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