lunes, 25 de noviembre de 2013

De la "no franqueza" a la "banalización del mal"

"Con la que está cayendo", vendría bien recordar que cuando la franqueza, la parresía que los antiguos griegos reconocían como pieza fundamental del actuar humano, es desterrada de la esfera pública y circunscrita casi exclusivamente a la esfera privada, la única donde aparentemente sería viable, estamos consciente o inconscientemente recreando las condiciones de posibilidad social para que el mal se instale entre nosotros.
En efecto, cada vez que desde la desafección -subjetivamente entendible muchas veces- respecto a lo público, nos pertrechamos en la seguridad del aislamiento, reafirmando nuestras personales cuotas de soledad, querámoslo o no estamos apostando por la irreflexión. Antesala de un mañana donde la falsedad, los intereses espurios y la apatía moral camparán a sus anchas. Por lo tanto, estamos a un pie de aquel tipo de complicidad con el mal que Hannah Arendt denominó "banalidad".
Por supuesto que no decimos que los males de hoy sean los del totalitarismo del siglo XX, fenómeno en torno al cual la filósofa y politóloga construyó su famosa categoría de análisis. Pero sí que las mujeres y hombres de hoy, con nuestras acciones podemos recrear perfectamente condiciones de irreflexibilidad primero y desmovilización después, capaces de permitir que ciertos discursos totalizadores: economicista, eficientista, consumista, etc., etc., terminen por llevarnos a donde quizá de primeras no hubiésemos querido.
Estamos ante los efectos de la tramposa demarcación Moderna entre lo privado y lo público. Tramposa porque no es cierto que podamos ser de una manera y otra según dónde estemos. Indefectiblemente en ningún ámbito seremos francos, pues como certeramente dice la sabiduría evangélica: "para ser fiel en lo mucho hay que serlo en lo poco" (cf. Mt 25, 21). O como afirmara la misma Arendt: "es la vida común de los hombres la que impregna [determinadas] formas de gobierno" (cf. Los orígenes del totalitarismo, cap. XIII).
Una vez más, la línea de continuidad entre la calidad de nuestros actos privados y públicos y sus consecuencias se hace evidente. Pero con esto no es que busquemos despertar a una lectura moralizante, sino práctica en el mejor sentido del término. Una lectura que nos ayude a analizar y comprender egoísmos y deshonestidades personales como colectivas, para desde ahí diseñar el bien más auténtico posible para todos. Solo así la práctica de la franqueza, con lo compleja que pueda ser, podrá ser freno más eficaz contra cualquier banalización del mal. Pues bien, "con la que está cayendo", esto es lo que tendríamos que aprender a reconocer y exigir, de nosotros y de los otros.
Os dejamos como reflexión el tráiler de la reciente película que sobre Arendt dirigiera Margarethe von Trotta.

Y como siempre quedamos a vuestra disposición.
c. Perpetuo Socorro 4, oficina 3 - 50006, Zaragoza. 
coachsergiolopezcastro@gmail.com
616 023 822
Un saludo cordial.

domingo, 17 de noviembre de 2013

Diálogos Filosóficos y "franqueza política"

Nuevamente con vosotros. Y también nuevamente en el Centro Pignatelli con nuestros Diálogos Filosóficos. Esta vez para ocuparnos de lo político, no en el sentido desvirtuado que hoy por exceso o por defecto a tantos causa desafección, sino en el de la honestidad puesta al servicio de todos, al servicio del bien común.
Un sentido que los primeros demócratas, los atenienses, llegaron a conocer a la perfección. No desde la ingenuidad, sino desde el realismo de haber contactado con su más profunda exigencia: la de la imposibilidad de separar lo político de lo ético. Pero no porque la gestión adecuada de lo público tuviera que regirse por la ley, que también, sino porque dicha gestión toca en primer lugar con la gestión de la propia libertad e integridad individual.
Por eso, frente a la acomodaticia seguridad que puede otorgar el secundar la opinión dominante, la decisión razonable o aparentemente razonable de la razón de estado, para ellos era esencial y uno de los mayores privilegios del régimen democrático el acto de franqueza. Parresia le llamaban. Una actitud que amen de su importancia dentro de la arena del debate cívico, al estar cimentada en el propio y sincero conocimiento de sí, venía a constituir una actitud que como un todo, era capaz de revestir el doble e implicado carácter de la virtud privada y la virtud pública.
De ahí que la parresia se convirtiese en exigencia atrevida para la libertad personal y colectiva. No cualquiera decía -y dice hoy- sin disimulo, lo que piensa que es verdadero y bueno. No cualquiera estaba dispuesto -entonces y ahora- a pagar el alto precio de practicar la critica sensata y argumentada en lugar de la adulación obtusa e irracional.
Ahora bien, que la fuerza de los hechos -los no veraces y los no buenos- terminase por hacer antagónicos lo privado y lo público, es decir, dinamitase el original sentido de la franqueza como servicio al yo y al nosotros, no nos exime de seguir buscando su conciliación. Pues como dijera Hannah Arendt tras su revisar la experiencia democrática ateniense: "(entonces) la esfera pública era el único lugar donde los hombres podían mostrar real e invariablemente quienes eran".


Sobre estos posibles y múltiples caminos: la personalización, la identidad, el consumo, la participación, la educación, la comunicación, etc. es que queremos repensarnos como seres políticos llamados a vivir desde una franqueza, para con nosotros y los otros, capaz de revivificar el espacio público como el más propiamente humano. Os invitamos entonces a sumarse a nuestra búsqueda.


Y como ya sabéis, podéis escribirnos o llamarnos:
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