Aunque la confianza sea a la vida anímica lo que la respiración
a la vida biológica, confiar, en tanto antídoto contra la inseguridad de nuestra
titubeante existencia, siempre será complejo, por no decir cansador y difícil.
Ello, además de no ser un engranaje vital que funcione por sí solo. Por el
contrario -como con casi todas las experiencias humanas- emparenta con otras cuestiones
también complejas, cansadoras y difíciles. En concreto y particularmente, con nuestras
prácticas de libertad y bondad.
En efecto, confianza, libertad y bondad conforman un
dinamismo fundamental en nuestra vida y desarrollo. Pero en general, de su importancia
nos enteramos a posteriori, cuando de distintos modos y formas el dinamismo ya ha
sido perjudicado. De ahí las dificultades para su recuperación. Especialmente,
cuando al buscar las referencias que nos permitan volver a confiar, sentirnos
libres a pesar de todo y seguir apostando por el bien, no nos quede más
alternativa que llamar a las puertas de la propia interioridad.
La confianza, la
libertad y la bondad como simientes del volver a empezar
No nos engañemos, sanear, fortalecer o re ilusionar el
entramado de nuestras alicaídas confianza, libertad y bondad, no dependerá de
lo que pueda llegarnos o logremos obtener por fuera de nosotros. Por el
contrario, será una tarea de restauración donde el movimiento tendrá que ir de
dentro hacia fuera. En lo humano, el sentido, la intencionalidad siempre caerán
del lado de esa caja de resonancia que es nuestra interioridad.
Desde este punto de vista, no se tratará solo de confiar en…, liberarnos de… o ser bondadosos con…, sino de colocar cada uno de estos engranajes en la dimensión del para… De este modo, la posibilidad de esta restauración (no por ingenuidad o ñoñería) supondrá un volver a comenzar. Nos daríamos entonces, en la línea del pensamiento de Hannah Arendt [La condición humana - 1958], la posibilidad de -otra vez- concebir, nacer, crecer, cultivar, cuidar, perdonar.
De la libertad psicológica
a la libertad como autonomía
Por eso, ante lo dicho, convendrá preguntarse desde qué
vivencia de libertad y bondad nos comprendemos y desarrollamos. Comenzando por
la libertad, decíamos hace poco, parece relativamente fácil caer en la cuenta
que más allá de lo electivo, hay un nivel de libertad que hace a lo entitativo,
a ese previo que psicológica y existencialmente permite que elijamos. Así, cimentado
el sujeto sobre esta libertad primera, estará en condiciones de, viendo, optar.
Sin embargo, aunque para nuestros modelos culturales de
autonomía y autorrealización esto parezca suficiente, cabe que cuestionemos si
solo esto es la libertad. Claro que las anteriores libertades son formas
importantes de autonomía, pero quizá haya niveles más profundos, escurridizos a
la sola lectura psico-sociológica a la que se nos tiene acostumbrados. Efectivamente,
apuntamos hacia esos niveles donde la libertad es vivenciada como capacidad de
ser fieles a nosotros mismos, desde nosotros darnos a otros y en esto, llegar incluso
a límites insospechados: los de la propia entrega en aras de bienes o ideales
que de cierta manera nos exigirían la auto negación.
La libertad nacida de
la bondad
Evidentemente el horizonte se ensancha, pero seguimos frente a la misma capacidad. La de una libertad capaz de descubrir que ´será más` si se anima a correr el riesgo de crecer desde dentro más que desde posibilidades e instancias externas, abriéndose al despliegue de la propia interioridad. Riesgo y crecer que, paradójicamente solo podrán vivirse en la donación que es toda auténtica relación interpersonal.
Ha entrado en escena, la bondad en tanto
amor. Estamos ante el dinamismo de la libertad cuando emparenta con el amor en tanto
Eros en su grado máximo. Estamos ante la experiencia de los amantes, la
maternidad y la paternidad, la amistad. Pero estas experiencias, como dijera Alain
Badiou, todas ellas un complejo entramado de impotencias: ¿siguen siendo nuestras
meras libertad psicológica y sociológica?
En breve, más…
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