domingo, 28 de junio de 2020

Esperanza y resistencia en tiempos de pandemias (III)

Contención y austeridad, una cuestión de libertad y bondad.

Planetariamente es un hecho que el Coronavirus no solo ha demostrado capacidad de arrebatar salud y vidas, sino también de reactivar y retorcer toda la carga viral de la que somos capaces los humanos. Por eso advertíamos que son tan inquietantes las pandemias del caos y del mero pragmatismo a los que polarizadamente tendemos frente a lo que será el pos COVID-19, como la estrictamente sanitaria instalada entre nosotros desde sus orígenes en Wuhan. De ahí la llamada a una transformación con sentido -de ´luces largas` decíamos- que, por supuesto tendrá que traducirse en cambios políticos y económicos, sociales y culturales, pero sobre todo en esos otros cambios que tanto cuestan: los personales. Esos que por ser diarios y de pequeña escala suelen parecernos irrelevantes, aunque en realidad por sus exigencias de desinstalación y renuncia sabemos que son los que más profundamente pueden transformarnos.

Reconozcámoslo, hagamos un ejercicio de autocrítica: social y personalmente hemos renunciado a dar sentido a la infinitud de posibilidades con que contamos, por eso, como reza el himno: ´estamos hartos de todo, pero llenos de nada`. De donde la necesidad de plantear la vida y el vivir que tenemos por delante, no desde la mera administración de aptitudes y talentos, en el fondo la trampa en la que hemos caído, sino según el criterio teleológico de unas actitudes y talantes capaces de engendrar esperanza a la vez que resistencia. Por eso, vinculando lo sobrevenido a partir del Coronavirus con lo que son las líneas maestras de nuestro hacernos sujetos individuales y colectivos de derechos y deberes, estamos llamados a descubrir y poner en valor la positividad de la ´contención` y la ´austeridad` como prácticas de contraposición y regulación inteligente y cordial para con uno mismo, la vida y lo diferente de uno: los otros/el Otro. En el fondo como prácticas, no las únicas, capaces de restituirnos al sentido de las cosas, a una conducción de ´luces largas`.

De esta forma, así como el albergar y cobijar propios de la contención tendrían que ser ejercicio de cuidado y de asertividad intra e interpersonal, del mismo modo la frugalidad y la moderación, el realce de lo pequeño y lo sencillo propios de la austeridad deberían entrar a formar parte de nuestra cotidianidad. Ejercicios, personal y cotidiano, con los que ´volver a casa`. Volver… que, como resguardo protector, será re expresión de nuestra necesidad de confianza y seguridad, pero también invitación a poner en funcionamiento nuestras capacidades de libertad y bondad.

En efecto, al cotejar que detrás de ese ´volver a casa`, resuenan unas preguntas y no otras: ¿qué vivir deseamos y creemos merecer?; ¿por qué vivir estamos dispuestos a hacer algo?, no será difícil comprobar que lo que está en juego aquí es la calidad de esos dinamismos que transversal y madurativamente nos acompañan desde nuestra llegada a la vida: la confianza, la libertad y la bondad. Ni tampoco constatar que la calidad de los mismos recibe sus mejores lecciones de lo que pudieran decirle unas concretas experiencias de contención y austeridad. Necesitamos regirnos por principios inteligentes y cordiales que nos ayuden a limitarnos. ¡Y convenzámonos! Ello no será signo ni de fracaso ni de frustración tal como envenenadamente nos han hecho creer el mercado y sus brazos político-culturales. Por el contrario, será signo de que la pregunta acerca de nuestra vida y vivir ha encontrado respuestas mejores, de que queremos seguir caminando hacia casa a través de sendas con sentido.


Por eso también la necesidad de aclarar algunos malos entendidos. Como tardo-modernos que somos, estamos influenciados por unas ideas de libertad y de bondad un tanto pendulares, capaces de ir sucesivamente de lo electivo a lo entitativo, o de la autorreferencialidad a la negación de sí, sin más, respectivamente. Con lo cual, una y otra terminan quedándose desenfocadas respecto tanto a sus potencialidades como a sus limitaciones. Así, el ´siempre más`, implícito tanto en el dinamismo de la libertad como en el de la bondad (y en sus consecuentes despliegues éticos y relacional-afectivos) no parte de una capacidad ontológica infinita, por el contrario, su fundamento es la propia finitud humana. De ahí el absurdo de pretender una libertad y una bondad sin apertura a las experiencias del límite y el fracaso.

En este sentido, la libertad y la bondad habilitadas para escuchar las lecciones de la contención y la austeridad, deberían ser ya dinamismos capaces tanto de autonomía como de máximo amor. Dos posibilidades que en los tiempos que corren no abundan, de donde la necesidad de desarrollarlas ya que son la única urdimbre desde la cual rearmarnos intra e interpersonalmente. Estamos evidentemente ante una comprensión de la libertad y la bondad extrañas, no por imposibles, sino por poco cultivadas. Sin embargo, son tan capacidad nuestra como el respirar.

Se trata de una libertad liberada del propio yo; paradójicamente, la libertad, para que sea real, necesita auto-posesión. Pero, en la misma medida en que nos auto-poseemos caemos bajo la esclavitud del yo, por eso necesitamos de la bondad, porque solo la bondad nos descentra, solo ella hace que nuestra libertad pierda el miedo a perder el yo y entonces sea capaz de obedecer hasta límites insospechados. ¡Pero cuidado! Es importante clarificarnos, ver dónde andamos. Si pretendemos tener obediencia y no hemos pasado por elecciones, no nos hagamos ilusiones: esa obediencia será sumisión. Si no tenemos capacidad de autonomía no tenemos, tampoco, capacidad de entregar el propio yo. Nadie entrega lo que no tiene. Si no tengo autonomía, no puedo entregar mi yo. Y, si no puedo entregar mi yo ¿cómo quedará mi libertad? ¿Accederá al grado máximo de la bondad?

Puedes escribirnos o llamarnos:

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50006, Zaragoza

sergiolopezcastro.tf@gmail.com

616 02 38 22

domingo, 14 de junio de 2020

Esperanza y resistencia en tiempos de pandemias (II)

Austeridad y vuelta a casa.

Hace unos quince días, si bien reconocíamos que no quedan voces capaces de negar el impacto que ha sido y seguirá siendo la COVID-19, también veíamos que respecto a la necesidad de gestar un caminar capaz de engendrar esperanza y resistencia frente al ´ahora` y al ´después` de este tiempo pandémico, las perspectivas no son prometedoras. En efecto, las evidencias de que el griterío polarizante de nuestros representantes (los de aquí y los de allá) parece incapaz de modularse, pero que las ansias de gran parte de la sociedad por volver a las costumbres canónicas de una vida profundamente mercantilizada tampoco menguan, alimentan zozobra y preocupación. Tanto, que a la semana volvíamos a preguntarnos por el origen de estas pandemias que una tras otras vienen sucediéndose como en un desastroso domino; como si el Coronavirus no solo pudiera arrebatar salud y vidas, sino también reactivar y retorcer la mismísima carga viral de la que somos capaces los humanos.

"Hemos prescindido de dar sentido

a nuestras posibilidades...

Vivimos hartos de todo, llenos de nada".

Puntualizamos: de la que somos capaces los humanos, no la condición humana, porque, aunque ahora parezca incierta la salida del atolladero en el que estamos, lo que vemos y produce indignación y hasta vergüenza ajena no es toda la humanidad. Hay otra parte, seguro que más sensata, aunque demasiado silenciosa aún y son ambas, sumadas, las que conforman dicha condición humana. Precisamente la necesitada de esa revisión integral de la que también hablábamos; de esa ITV, en el sentido de re-orientación hacia nuestra propia verdad, para desde ahí trazar líneas de auténtica transformación. Una transformación que, por supuesto tendrá que traducirse en lo político y lo económico, lo social y lo cultural, pero no desde la mera administración de aptitudes y talentos, en el fondo la trampa en la que como sistema de vida hemos sucumbido, sino desde la puesta a punto de aptitudes y talentos según el criterio teleológico de unas actitudes y talantes. Reconozcámoslo y hagamos un ejercicio de autocrítica, a todos los niveles: socialmente hemos prescindido a dar sentido a nuestra infinitud de posibilidades, pero claro: ¿de qué nos ha servido estar hartos de todo, si estamos llenos de nada?                                                        


De donde, vinculando lo sobrevenido  con lo que son las líneas maestras de nuestro hacernos personas y sociedad, sujetos individuales y colectivos de derechos y deberes, la llamada a descubrir y poner en valor la positividad de la ´contención` y la ´austeridad` como prácticas de contraposición y regulación inteligente y cordial para con uno mismo, la vida y lo diferente de uno: los otros/el Otro.

"Hemos llegado a hacer de nuestro mundo

psíquico, existencial y espiritual

una especie de mercado en expansión”.

De esta forma, así como el albergar y cobijar propios de la contención, decíamos que tendrían que ser ejercicio de cuidado de uno y del otro, de asertividad intra e interpersonal, del mismo modo la frugalidad y la moderación, el realce de lo pequeño y lo sencillo propios de la austeridad deberían entrar a formar parte de nuestra cotidianidad. De hecho, estamos tan acostumbrados a regirnos por criterios mercantiles y de consumo, que hemos llegado a hacer de nuestro mundo psíquico, existencial y espiritual una especie de mercado en expansión. Vivimos en un juego incesante de ofertas y demandas invisibles: impulsos y pura emocionalidad, datos y vínculos algorítmicos, gustos a la carta y satisfacciones autorreferenciales, esteticismo kitsch y adocenamiento mental… Situación que, si entre los llamados millennials asusta dado que es notorio como recorta su capacidad para la autolimitación y la gestión de fracasos y frustraciones, entre las generaciones anteriores no es mucho mejor.

Por eso, tras este intento de comprensión critica de lo que nos acontece para evitar ser arrastrados por los hechos, la insistencia del ´volver a casa`. Volver… que, como resguardo protector, es re-expresión de nuestra necesidad de confianza y seguridad, pero también invitación a poner en funcionamiento nuestras capacidades de libertad y bondad. En otras palabras, que detrás del volver a casa, resuenan unas preguntas: ¿qué vivir deseamos y creemos merecer? ¿Y por qué vivir estamos dispuestos a hacer algo? Volver a casa, a lo importante, a eso que por serlo nos integra y nos reconstituye, frente a todo eso otro que nos atrapa, disgrega y debilita, obviamente no es regresar a un espacio tangible, tampoco a un hacer determinado. Por el contrario, se trata de un retornar al centro abandonado de nosotros mismos, a lo más interior, no como escape, sino como reconocimiento de sí, para salir luego a los otros y las cosas desde otra actitud. El ejemplo del respirar nos lo dibuja como nadie. Siendo la respiración ineludible para el existir, sus movimientos: inspirar - espirar, son elocuentes. Solo inspirar nos mataría, nuestros pulmones no están capacitados para extenderse sin fin, en un punto debemos espirar, soltar.

Es imperioso que, en un punto, en uno de esos momentos inexcusables, como cuando respiramos, comencemos a soltar, a ser austeros, en lo material claro, pero fundamentalmente en todo ese mundo que va más allá… Necesitamos regirnos por un principio inteligente y cordial que nos ayude a limitarnos. Ello no será signo de fracaso y frustración tal como envenenadamente nos han hecho creer el mercado y sus brazos político-culturales, será signo de que la pregunta acerca de nuestra vida y vivir ha encontrado respuestas mejores. Será signo de que queremos seguir viviendo, caminando hacia casa…

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domingo, 7 de junio de 2020

Esperanza y resistencia en tiempos de pandemias (I)


Contención y vuelta a casa.

Varias pandemias nos asolan… y entre incrédulos e indefensos vemos cómo las naturales (Ebola, COVID-19…) no solo tienen la capacidad de producir enfermedad y muerte, sino también la de reactivar otras, menos o nada naturales, pero tan inquietantes como sus parientas. Por caso, mientras por aquí nos debatimos entre ´el a cuanto peor mejor` de unos y ´las luces cortas` de otros, tras los mares, ´la ley y el orden` de Trump emulando a Nixon pretenden enlodar el reclamo de las víctimas a simplemente vivir. ¿Qué pandemias son estas? ¿De qué fatalidad o anomalía proceden? Menos mal que entre las fichas de este domino viral, algunas de ellas son discretamente esperanzadoras, con lo cual: ´no todo está perdido`. 

“Volver a casa, a nosotros mismos,
 desde lo que la contención y la austeridad nos dicen”.

Y precisamente con este ´no todo está perdido`, con este evidentemente más deseo de supervivencia que certeza de plenitud, es que hemos venido planteando la necesidad de recuperar, para el ´ahora` y el ´después` del Coronavirus, unas esperanza y resistencia que realmente nos devuelvan, al modo de ´luces largas` en el camino, a la posibilidad de un vivir más humano. A un vivir que como ´vuelta a casa`, nos recoloque de modo permanente y genuino frente a lo que la ´contención` y la ´austeridad` (sea que las vivamos como obligación, necesidad o libre convicción) han comenzado a obrar desde que cuarentenas, confinamientos y desescaladas se han generalizado. Al respecto, decíamos que cuando se encendieron las alarmas, fue necesario ´parar` y ´guardar`: ´¡CONTENCIÓN! `. Y lo más desafiante, hubo que volver a lo ´pequeño` y lo ´sencillo`, a lo repetitivo de lo cotidiano y poco brillante: ´¡AUSTERIDAD!`.

Y agregábamos… que aun siendo legítimas nuestras indignación y desafección frente a lo que vemos -y probablemente seguiremos viendo- en escena, resulta urgente que como sociedad despertemos, que pongamos en observación todos nuestros niveles de expectativas y realización. Ello porque la COVID-19 no solo ha venido a decirnos que todos nuestros sistemas de gestión necesitan revisión, una ITV integral, sino que nosotros mismos, nuestra condición humana demanda ponerse a punto: reorientarse frente a su propia verdad y desde ahí, trazar líneas de transformación. Un empeño por volver de donde incauta o conscientemente salimos. Un empeño donde la ´contención` que alberga, refugia y cobija puede decir y hacer mucho tanto a nivel intra como interpersonal.

Prescindiendo de la material, toda otra contención, en particular la emocional y la intelectual (ambas inseparables, aunque suela
hablarse solo de la emocional) buscan o persiguen una cierta tranquilidad, una suficiente afinación entre mente y corazón. La necesaria como para reconquistar la confianza que un determinado hecho o circunstancia ha afectado o minado.

“Contención, como empatía
 y escucha activa de nosotros mismos”.

A nivel interpersonal es fácil determinar los mecanismos que la capacidad en cuestión exige poner en práctica: la ´actitud empática` y su irrenunciable derivada, la ´escucha activa`. Caras de una misma moneda que casi siempre vinculamos a la relación con otro; ello en el sentido de comprender su mundo de emociones, razones y acciones como presupuesto para que empoderadamente gestione lo que le concierne. Se trata por tanto de una actitud opuesta a la asimilación emocional y la solución inmediata, a la eficacia y consuelo de la simpatía, productos más de nuestras ansiedad y visión de las cosas, que de lo que el otro plantea, necesita y eventualmente puede.

Ahora bien, sí ya este ejercicio de escucha cordial, no de mera audición y resolución según lo bueno o adecuado de nuestros sentimientos y convicciones, es difícil de vivir frente a los demás, pensémoslo frente a nosotros mismos. En efecto, cuando el objeto de esas necesarias empatía y escucha activa soy yo, todo suele saltar por los aires. De hecho, con harta frecuencia no sabemos conectar ni con nuestra emocionalidad ni con nuestra racionalidad. Y tanto es así, que lo que nos acontece puede llegar a cobrar tal poder, que de lo único que somos capaces es de una respuesta ansiosa: o agresiva o remisiva.

“Contención en tanto relación equilibrada.
 Ni fustigación, ni auto-condescendencia”.

Hablamos, en definitiva, de un ejercicio de asertividad hacia el interior de nosotros mismos, no solo hacia la exterioridad interpersonal en cuanto mecanismo resolutivo de conflictos (tal como suele presentarse a dicha asertividad desde ciertos reduccionismos de lo emocional). El conflicto y la inseguridad, la incerteza y la duda no solo guardan relación con lo que acontece o nos llega de fuera, por el contrario, muchas veces el impacto que ejercen sobre nosotros, tiene su razón última en las raíces y capacidades -o en su falta e inadecuación- del equipamiento psicológico, existencial y espiritual que podamos tener, es decir, en la calidad de aquello que interiormente tengamos reconocido, comprendido y aceptado.

No miramos a la contención estoico-cristiana de la no manifestación de las pasiones, tampoco a la burgueso-puritana del solo expresar racionalidad y corrección moral. Pero mucho menos miramos a esa otra contención pseudo espiritual que hoy vende por doquier el mercado del bienestar. La contención a recuperar exige no renunciar a nuestra propia y más profunda verdad: la de seres finitos que solo pueden calmar su sed de infinitud en la relación con los otros/Otro. Por tanto, se trata de un contenernos en la verdad más radical de nuestra condición humana, para no caer en las trampas ni de la fustigación de otros tiempos, ni de la auto-condescendencia individualista y hedonista de moda.

Se trata de comprendernos y desde ahí actuar en orden a la propia transformación. Seguramente una transformación difícil, y hasta poco pretenciosa según se mire, pero seguramente también, la más honesta y posible. ¿Por qué? Pues por ser, aunque pequeña y frágil, auténticamente nuestra. 

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