En nuestro mundo, caracterizado por el avance de la
complejidad, la masificación y la massmediatización, en el que no han
desaparecido la violencia, la competitividad, la xenofobia y las vejaciones de
siempre, el reto del encuentro interpersonal sigue siendo ineludible a la hora
de pensar lo humano. Sobre todo cuando si bien avanzamos hacia una creciente
intercomunicación, no es menos cierto que el individualismo de las sociedades llamadas
desarrolladas en muchas ocasiones dificulta u opaca los retos de lo relacional.
De ahí que la orientación que demos a estos dinamismos, sea decisiva a la hora
de potenciarnos o de alienarnos individual y colectivamente.
¿Por qué? Pues
porque más allá de la simple relación entre sujetos, lo interpersonal se
constituye en un ´entre` capaz de comprometer a toda la persona. Un ´entre` en el
que se alumbra la idea -y se deja orientar la práctica- tanto de la razón
dialógica como del encuentro existencial. Así, interpersonalidad e
intersubjetividad se complementan. Tanto, que la primera designa un modo de ser
de la segunda, plenificándola y concediéndole altura humana y moral, al tiempo
que la desborda e incluso inquieta al someterla a exigencias de procedencia y
fines diversos. Pero para entender mejor dicha complementariedad, quizá
deberíamos ver cómo a nivel experiencial, interpersonalidad e intersubjetividad
se proyectan sobre tres niveles: logos,
eros y ethos… el de la razón/racionalidad, el del amor/pasión y el de la
costumbre/conducta.
Por lo que se refiere al logos,
la filosofía ha reconocido que lo intersubjetivo es esencial para constituir el
mundo objetivo, para posibilitar la razón comunicativa o dialógica. Lo
contrario sería el solipsismo metódico; aquel contra el que hubo de combatir Husserl
cuando se acusó a su fenomenología de caer en él. Básicamente, Husserl se
esforzó en mostrar cómo a partir de la dinámica trascendental de la empatía, se
constituye en la experiencia del ´otro`, un mundo comunicativo del que depende la
presencia del ´otro` como alter-ego, al tiempo que este ´otro`, en una relación
circular, posibilita la objetividad. Más tarde, con vistas a configurar una
racionalidad comunicativa -como exigencia para ampliar el sujeto trascendental
kantiano- Apel y Habermas se esforzarán en mostrar las condiciones pragmáticas
de una comunidad ideal de diálogo. Por tanto, desde esta perspectiva del logos y de la racionalidad, la tesis de Lévinas
según la cual el Otro no sería un escándalo para la razón, sino la primera
enseñanza razonable, se torna por completo comprensible…
En breve, continuamos con los otros dos niveles sobre los
que la experiencia interpersonal e intersubjetiva se hace real…
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