lunes, 23 de marzo de 2015

Libertad, libertad... ¿cómo te vivimos y cómo nos vivimos en ti? (III)

Veíamos hace una semana, que en líneas generales y a nivel teórico-reflexivo, la cuestión de la libertad durante todo el siglo XX fue asumiéndose como aquella condición, ya sea en clave de apertura o de posesión, capaz de permanecer por debajo de cualquier situación o mediación de menoscabo existencial. En definitiva, como una dimensión vinculada a acciones configuradoras de lo humano.

Con todo, recuperada esta condición o dimensión entitativa/ontológica de la libertad, advertíamos que no siempre logra imponerse a la concepción que la Modernidad socialmente inoculó respecto a la misma. Es decir, a aquella reducción de la libertad a lo meramente electivo, precisamente la que la transformó en pieza del mercado, elección en el juego de la representación política liberal y mera re-productividad cultural.

Por eso viene a cuento la idea de libertad como capacidad para trascender lo dado y empezar algo nuevo. Idea que Hannah Arendt (1906-1975), en La condición humana, vincula a la naturaleza del hombre solo en cuanto este se decida por el actuar. Por ese ir más allá de la labor por la cual atendería a las necesidades de la vida e incluso del trabajo por el cual -vinculado aún a lo natural- produciría bienes duraderos. Una idea por tanto, donde libertad y acción se asimilan, se hacen anverso y reverso de la misma moneda por el hecho de posibilitar que en ellas y por ellas el hombre trascienda el orden de lo enteramente natural.

De este modo, al tipificar la libertad como posibilidad humana para comenzar, para nacer una y otra vez, Arendt la desvincula del dominio de la necesidad, el control y lo esperado. Para ella, la libertad, como lo nuevo, siempre se da en oposición a las abrumadoras desigualdades de las leyes estadísticas y de su probabilidad. En definitiva, la libertad que el hombre pude vivir desde la acción -la acción de la intersubjetividad, el lenguaje y la voluntad- implica el reinado de lo inesperado, de lo incondicionado. 

Pero precisamente que la libertad no deba su existencia a nadie ni a nada, salvo al hombre, hace que el terreno de sus consecuencias no controlables se revele como paradoja y como terreno resbaladizo. Terreno resbaladizo desde el que algunos argumentarán para cercenarla. Paradoja en la que aún tenemos que aprender a vivir... para con el poeta proclamar: 

Y en el poder de tu palabra
mi vida vuelve a comenzar;
he renacido a tu llamada
para invocarte: LIBERTAD

                     (Paul Eluard)


1 comentario:

  1. La idea de libertad, como capacidad para trascender lo dado y empezar algo nuevo...como posibilidad humana para nacer una y otra vez (idea que Hanna Arendt vincula a la naturaleza del hombre, solo en cuanto éste se decida por el actuar), cuyas posibles consecuencias no controlables, la hacen paradógica y resbaladiza... Esta idea o experiencia de libertad ¿tiene algún nexo de unión -o ninguno- con la idea-necesidad o experiencia humana de autonomía?

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