lunes, 16 de marzo de 2015

Libertad, libertad... ¿cómo te vivimos y cómo nos vivimos en ti? (II)

La semana pasada terminábamos nuestra publicación diciendo que la recuperación de la libertad como deliberación o selección de lo indispensable para la construcción de lo existencial era un logro reciente, pero aún una tarea por realizar. Recordemos que aludíamos a que si bien tras el fin de la Cristiandad y la irrupción de la Modernidad, el avance racionalista por un lado, más los avatares político-económicos por otro, circunscribieron la problemática de la libertad a la del libre albedrío, con el tiempo, pos-ilustración primero y crítica cultural-filosófica después, comenzarían a poner las cosas en su sitio. De hecho, llegados a mediados del siglo XX, la concepción de la libertad como posibilidad de ser o expresión de lo que ya se es, vendrá a ser compartida por corrientes de pensamiento tan dispares como la antropología cristiana, el existencialismo, el neo-marxismo o el criticismo pos-estructuralista.

Así, desde el neo-marxismo, Bloch la entenderá como el modus del comportamiento humano frente a la posibilidad objetivo-real (Derecho natural y dignidad humana), modus por otra parte autentificado por el contenido de la acción, no de la simple elección dirá Garaudy (Perspectivas del hombre). O desde el existencialismo, Sartre la relacionará a la pura y radical capacidad de hacerse el hombre a sí mismo (El existencialismo es un humanismo) y Marcel a la acción que solo en el tiempo podrá reconocerse como contribución a la existencia personal (Misterio del ser). Puntos de vista estos últimos, que si bien fueron antagónicos (uno de partida, el otro de  llegada) coincidieron en el hecho de devolver la reflexión sobre la libertad a su dimensión más ontológica, sacándola por tanto del callejón sin salida de las parcializaciones de las mediaciones cultural, política o económica.


Desde entonces, a nivel teórico será un lugar común considerar la libertad como la condición ontológica de la ética individual y colectiva. Es decir, como esa condición de lo humano -sea en clave de apertura o de posesión- capaz de permanecer por debajo de cualquier situación o mediación de menoscabo. De este modo, la ilusión de pensar o concebir la libertad como algo exento de límites, en el fondo el sueño moderno, capitalista y liberal, ha quedado desenmascarada. Con todo la batalla no ha terminado… continua cada vez que inconsciente y veladamente volvemos a creer o nos hacen creer que la libertad humana no puede ser limitada. Pensarla así, ilimitada, es volver a caer en la parcialización moderna de lo electivo, en aquello que la transformó en solo pieza del mercado, la representación política liberal y la re-productividad cultural. Siendo seres limitados, nuestra libertad real, la que verdaderamente nos constituye, no puede no ser de-limitada, acotada por el marco de referencias en que nos movemos. Este quizá sea nuestro sueño y tarea más real, posible, respecto a cómo vivir y vivirnos en libertad…

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