La semana pasada terminábamos nuestra publicación diciendo
que la recuperación de la libertad como deliberación o selección de lo
indispensable para la construcción de lo existencial era un logro reciente,
pero aún una tarea por realizar. Recordemos que aludíamos a que si bien tras el
fin de la Cristiandad y la irrupción de la Modernidad, el avance racionalista
por un lado, más los avatares político-económicos por otro, circunscribieron la
problemática de la libertad a la del libre albedrío, con el tiempo, pos-ilustración
primero y crítica cultural-filosófica después, comenzarían a poner las cosas en
su sitio. De hecho, llegados a mediados del siglo XX, la concepción de la
libertad como posibilidad de ser o expresión de lo que ya se es, vendrá a ser compartida
por corrientes de pensamiento tan dispares como la antropología cristiana, el
existencialismo, el neo-marxismo o el criticismo pos-estructuralista.
Así, desde el neo-marxismo, Bloch la entenderá como el modus
del comportamiento humano frente a la posibilidad objetivo-real (Derecho natural y dignidad humana),
modus por otra parte autentificado por el contenido de la acción, no de la
simple elección dirá Garaudy (Perspectivas
del hombre). O desde el existencialismo, Sartre la relacionará a la pura y
radical capacidad de hacerse el hombre a sí mismo (El existencialismo es un humanismo) y Marcel a la acción que solo
en el tiempo podrá reconocerse como contribución a la existencia personal (Misterio del ser). Puntos de vista estos últimos, que si
bien fueron antagónicos (uno de partida, el otro de llegada) coincidieron en el hecho de devolver
la reflexión sobre la libertad a su dimensión más ontológica, sacándola por
tanto del callejón sin salida de las parcializaciones de las mediaciones cultural, política o económica.
Desde entonces, a nivel teórico será un lugar común
considerar la libertad como la condición ontológica de la ética individual y
colectiva. Es decir, como esa condición de lo humano -sea en clave de apertura
o de posesión- capaz de permanecer por debajo de cualquier situación o
mediación de menoscabo. De este modo, la ilusión de pensar o concebir la
libertad como algo exento de límites, en el fondo el sueño moderno, capitalista
y liberal, ha quedado desenmascarada. Con todo la batalla no ha terminado…
continua cada vez que inconsciente y veladamente volvemos a creer o nos hacen
creer que la libertad humana no puede ser limitada. Pensarla así, ilimitada, es volver a caer en la parcialización moderna de lo electivo, en
aquello que la transformó en solo pieza del mercado, la representación política
liberal y la re-productividad cultural. Siendo seres limitados, nuestra libertad real, la que verdaderamente
nos constituye, no puede no ser de-limitada, acotada por el marco de
referencias en que nos movemos. Este
quizá sea nuestro sueño y tarea más real, posible, respecto a cómo vivir y vivirnos en
libertad…
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