viernes, 6 de marzo de 2015

Libertad, libertad... ¿cómo te vivimos y cómo nos vivimos en ti? (I)

Aventurando una definición larga sobre la libertad, podríamos decir que se trata de aquella facultad humana vinculada al desarrollo de las motivaciones, deseos y capacidades de la propia especie, individual y colectivamente. También, que como capacidad globalizadora, es capaz de tocar a cuestiones psíquicas y existenciales, emotivas y espirituales, pero incluso materiales. Así, la libertad empapa todo nuestro actuar, ya como ausencia o presencia, ya como derecho conculcado o aspiración a más. Por eso, tradicionalmente se ha hablado de diferentes experiencias frente a la misma:

         - como falta de coacción
         - como capacidad de elección
         - como capacidad ética y política
         - como autoposesión

Experiencias donde antropológicamente vemos que interactúan tres coordenadas. La actividad, por la que somos libres para movernos o cambiar respecto a esto o aquello. La apertura, por la que entran en juego aspiraciones y búsquedas. Y la posesión como fundamento y proyección del núcleo más profundo o radical de nosotros mismos. Coordenadas que han determinado, al menos en Occidente, que la libertad fuese leída básicamente como algo mensurable: la vinculada a lo electivo, algo por lo que responder o a conquistar: la ético-política, y en un grado diverso y no siempre evidente, como algo dado e íntimo: la de autoposesión.

Con todo, son las situaciones concretas, personales y ajenas, las que mejor permiten calibrar qué grado de libertad vivimos. Saberlo no requiere de grandes conceptos. Basta con experimentar si podemos movernos, pensar independientemente, elegir según necesidades y gustos o si -ya menos evidentemente- tenemos cierta consciencia de íntimo margen o individualidad autonómica aún en las peores circunstancias. Es decir, que podemos seguir manteniendo nuestra entidad, seguir siendo nosotros mismos aunque vengan degollando como reza el dicho popular.

Actividad, apertura o posesión... elección, conquista o entidad, lo cierto es que la libertad, históricamente, no ha podido escapar a la dualidad de nuestras comprensiones y vivencias. De ahí la tendencia, especialmente a partir de la Modernidad, a encorsetarla más sobre lo electivo que sobre lo entitativo.

Tanto, que el redescubrimiento de una libertad asomada, tras el umbral de lo electivo devenido en mero consumo (de mercancías, ideas y afectos) al contenido de las acciones, es decir, a la selección de lo indispensable para una mejor construcción de lo existencial, empezando por la propia mismidad, es un logro reciente. Pero aún, toda una tarea por realizar...  

2 comentarios:

  1. Hablan de libertad de (que serían las de las declaraciones de derechos humanos: a la vida, religiosa, trabajo...) y de libertad para (hacer de tu vida lo que tú quieras: ser un buen ciudadano, realizarte como persona...). No sé a que clase de libertad de la que hablas correspondería.

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  2. Dicho así, podríamos decir que la libertad de…, se asemejaría a la electiva y la libertad para…, a la entitativa. De todos modos, si bien la distinción es útil a efectos de entender de qué hablamos, hay que observar que aún cuando la libertad de… puede parecer previa a la libertad para… solo recibe su delimitación de ésta. Ello por ser la segunda una libertad consecuente, capaz de brindar sentido o finalidad a la acción. Con todo, no se dan la una sin la otra, aunque en mucho la calidad de toda la facultad estará condicionada por la libertad para… En el fondo, no dejamos de estar en presencia de la libertas minor y la libertas maior de los antiguos.

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