viernes, 20 de febrero de 2015

¿Desde dónde y cómo nos pensamos individual y socialmente? (I)

Partimos hoy de un presupuesto: ´que los seres humanos podemos usar la razón para alcanzar determinados objetivos`. Aunque hay que reconocer que con frecuencia tomamos decisiones o ideamos comportamientos donde la razón y su facultad de uso -la racionalidad- parecen brillar por su ausencia. Es este caso, dichas decisiones o comportamientos, ´irracionales`, esconderían dos cosas: una racionalidad limitada, o elementos de convencionalidad o imitación. Con todo, solo nos ocuparemos de la evidencia primera.

Tenemos así, filosófica y científicamente hablando, que razón y racionalidad pueden aplicarse a nuestras expectativas, acciones y evaluaciones. Fundamentándose las mismas en creencias y axiomas que si bien se articulan individualmente, siempre provienen de condicionamientos colectivos, culturales. De ahí su vinculación a cosmovisiones y formas de entender la finalidad de lo mental históricamente variables. Causa por ende, de que la racionalidad en particular, sea más una aspiración que una realidad. Es decir, algo a construir antes que algo dado.

Pues bien, lo dicho sirve para entender cómo en tiempos pre-modernos, la objetivación de la realidad se correspondió con la constitución de una racionalidad vertebrada desde el asombro. Sea que fuesen las causas últimas de lo real, el propio mundo o Dios. En efecto, fue el asombro (y la veneración), lo que tanto en la Antigüedad pagana como en el Medievo cristiano, determinó que razón y racionalidad se moviesen a través de un extenso arco. Precisamente el que va de las certezas metafísicas y teológicas a la contemplación de las mismas; algo por cierto fundamental en un mundo que, frágil e inseguro, siempre se vio necesitado de tablas de salvación (fuesen éstas inmanentes o trascendentes).

Con el tiempo, la Modernidad convirtió en vertebrador de su racionalidad a la duda. De modo que con sus incertezas cognoscitivas y morales, terminó por atrincherarse tras el rigor del método científico al momento de hacerse con la realidad. Cosa que aun hoy sigue condicionándonos. Paradójicamente, un bucle extraño y de incuestionables consecuencias en todas sus variables: del racionalismo al idealismo, del empirismo al criticismo. Por eso, a nosotros, pos-modernos, en medio del naufragio de aquellas articulaciones, desencantados tanto del asombro como de la duda (al menos como históricamente se han dado) nos quedan varias preguntas por resolver.

¿Qué articula y potencia nuestra facultad racional cuando ni la admiración alcanza para acordar qué certezas contemplar (el mundo y su orden o Dios y su poder), ni la duda para fabricar el mundo feliz que prometió la Modernidad?

En otros términos, las expectativas, acciones y evaluaciones que hacen a nuestro mundo ¿en qué punto o a partir de qué serían saludablemente racionales? Esto, cuando de sobra sabemos que ni la jerárquica cerrazón metafísica y teológica de antiguos y medievales cimentada en el asombro, ni la creciente instrumentalización científica y técnica derivada de la duda moderna, nos han llevado a buenos puertos.


En una semana seguimos...

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