Es un hecho que las interpelaciones que la COVID-19 sigue propagando, evidencian que vivimos en una sociedad con serios déficits respecto a su capacidad de autopercepción y autocomprensión. Es decir, respecto a dar respuesta a: ¿qué somos y qué queremos ser colectivamente? En efecto, en nuestras sociedades (autoconcebidas como desarrolladas y plurales), el engranaje de lo individual y colectivo que les da forma hace tiempo que chirria. Un chirrido detrás del cual pueden leerse interconectados reclamos: desde el de mejorar los niveles de gobernanza hasta el de rehacer el contrato social. Reclamos lúcidos y necesarios todos, pero sin embargo, limitados por esa tendencia cultural, teórica y práctica, que ha terminado por divinizar lo social en detrimento de lo personal.
Nuestros problemas sociales, también exigen
respuestas personales
¿Qué queremos decir con esto? Pues que (a riesgo de ser simplistas
frente a una cuestión que es sumamente compleja) la significación que pueda revestir
la vida humana, o mejor dicho, que decidamos y podamos darle, ha venido a tener
en los dos últimos siglos un solo cuadro de referencia: el de la sociedad
secular. Evidentemente no apuntamos en contra de los procesos de
secularización, alternativa desde los siglos XV y XVI al sistema de cristiandad,
pero sí señalamos que dichos procesos, en un punto, se han tornado incapaces de
dirigir la mirada hacia -en el interior de sí mismos- el propio hombre. En este
sentido, el individualismo moderno y posmoderno, en tanto herejía de la sana
individualidad, lo único que hace es alimentar y reforzar el antedicho sobrepeso
de lo social.
Por eso, hace unas semanas, advertíamos de no llamarnos a
engaño cuando ante los diferentes debates que actualmente nos llevan desde las ´cosas
del vivir, comer y relacionarnos` a la necesidad de sanear el entramado de
nuestras alicaídas confianza, libertad y capacidad de bondad, tendemos a
plantear soluciones a partir de lo que logremos obtener por fuera de nosotros. Engaño
surgido precisamente de lo que antes señalábamos, de ignorar el papel que en
dicho saneamiento tienen que jugar aquellos aspectos que en su raíz siguen
siendo individuales. Claro que los mismos no se desenvuelven a espaldas de las
condiciones materiales e ideológicas de nuestra existencia societaria, tal como
ya esgrimiera lúcidamente Erich Fromm hace décadas [El miedo a la libertad -1941],
pero de nada sirve plantear caminos de mejora solo estructurales, si el
edificio viene resultando obsoleto para el buen vivir de la mayoría de los que
allí se alojan.
Reinventar libertad y bondad
sigue siendo una cuestión personalísima
En el fondo, se trata de no olvidar que el sentido de todo
lo humano siempre termina por resolverse dentro de esa caja de resonancia que
es nuestro mundo interior. Por lo tanto, no se trata solo de confiar en…,
liberarnos de… o ser bondadosos con…, sino de colocar cada uno de estos
dinamismos en la dimensión del para… dándonos nuevamente así, por pequeña e
insignificante que sea, la posibilidad de volver a comenzar. De ahí que nos
preguntásemos desde qué vivencias de libertad y bondad nos percibimos y comprendemos
tanto en lo personal como en lo social. Ello, porque si la tensión inevitable entre
estos dos ámbitos se descompensase, tal como hoy sucede por esa especie de auto-amputación o fuera de juego que hemos obrado o dejado obrar sobre nuestras
capacidades individuales de confianza, libertad y bondad, ¡pues señores!, mal panorama
tenemos.
En esta línea, nuestra critica a la lectura psico-sociológica
que culturalmente se nos impone respecto a lo que sean la libertad y la bondad.
Unas libertad y bondad demasiado acomodadas o serviles a nuestros modelos de
autonomía y autorrealización, cuando por contraposición sabemos que existen
formas de ser libres y bondadosos muy en los márgenes de los esquemas de la
seguridad y la comodidad. Son esta vivencia de la libertad y la bondad como
capacidades de, siendo fieles a nosotros mismos, darnos a otros y en esto
llegar incluso a límites insospechados, el testimonio de que frente a la sola
referencia de lo social, hay posibilidades para la decisión individual. El
respeto, la compasión, la promoción del otro en cuanto otro, en tanto
respuestas que nos lazan al encuentro -intranquilo y no siempre positivo- con
la diferencia del que tenemos enfrente, son el riesgo y la aventura donde reinventar
[Alain Badiou - Elogio del amor - 2008] nuestras libertad y bondad. Una
decisión personalísima, individual, frente al imperio no siempre acertado de lo
social.
En breve, más...
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