Austeridad y vuelta a casa.
Hace unos quince días, si bien reconocíamos que no quedan voces capaces de negar el impacto que ha sido y seguirá siendo la COVID-19, también veíamos que respecto a la necesidad de gestar un caminar capaz de engendrar esperanza y resistencia frente al ´ahora` y al ´después` de este tiempo pandémico, las perspectivas no son prometedoras. En efecto, las evidencias de que el griterío polarizante de nuestros representantes (los de aquí y los de allá) parece incapaz de modularse, pero que las ansias de gran parte de la sociedad por volver a las costumbres canónicas de una vida profundamente mercantilizada tampoco menguan, alimentan zozobra y preocupación. Tanto, que a la semana volvíamos a preguntarnos por el origen de estas pandemias que una tras otras vienen sucediéndose como en un desastroso domino; como si el Coronavirus no solo pudiera arrebatar salud y vidas, sino también reactivar y retorcer la mismísima carga viral de la que somos capaces los humanos.
"Hemos prescindido de dar sentido
a nuestras posibilidades...
Vivimos hartos de todo, llenos de nada".
Puntualizamos: de la que somos capaces los humanos, no la condición humana, porque, aunque ahora parezca incierta la salida del atolladero en el que estamos, lo que vemos y produce indignación y hasta vergüenza ajena no es toda la humanidad. Hay otra parte, seguro que más sensata, aunque demasiado silenciosa aún y son ambas, sumadas, las que conforman dicha condición humana. Precisamente la necesitada de esa revisión integral de la que también hablábamos; de esa ITV, en el sentido de re-orientación hacia nuestra propia verdad, para desde ahí trazar líneas de auténtica transformación. Una transformación que, por supuesto tendrá que traducirse en lo político y lo económico, lo social y lo cultural, pero no desde la mera administración de aptitudes y talentos, en el fondo la trampa en la que como sistema de vida hemos sucumbido, sino desde la puesta a punto de aptitudes y talentos según el criterio teleológico de unas actitudes y talantes. Reconozcámoslo y hagamos un ejercicio de autocrítica, a todos los niveles: socialmente hemos prescindido a dar sentido a nuestra infinitud de posibilidades, pero claro: ¿de qué nos ha servido estar hartos de todo, si estamos llenos de nada?
"Hemos llegado a hacer de nuestro mundo
psíquico, existencial y
espiritual
una especie de mercado en
expansión”.
De esta forma, así como el albergar
y cobijar propios de la contención, decíamos que tendrían que ser ejercicio de
cuidado de uno y del otro, de asertividad intra e interpersonal, del mismo modo
la frugalidad y la moderación, el realce de lo pequeño y lo sencillo propios de
la austeridad deberían entrar a formar parte de nuestra cotidianidad. De hecho,
estamos tan acostumbrados a regirnos por criterios mercantiles y de consumo, que
hemos llegado a hacer de nuestro mundo psíquico, existencial y espiritual una
especie de mercado en expansión. Vivimos en un juego incesante de ofertas y
demandas invisibles: impulsos y pura emocionalidad, datos y vínculos
algorítmicos, gustos a la carta y satisfacciones autorreferenciales,
esteticismo kitsch y adocenamiento
mental… Situación que, si entre los llamados millennials asusta dado que es notorio como recorta su capacidad
para la autolimitación y la gestión de fracasos y frustraciones, entre las
generaciones anteriores no es mucho mejor.
Por eso, tras este intento de
comprensión critica de lo que nos acontece para evitar ser arrastrados por los
hechos, la insistencia del ´volver a casa`. Volver… que, como resguardo
protector, es re-expresión de nuestra necesidad de confianza y seguridad, pero
también invitación a poner en funcionamiento nuestras capacidades de libertad y
bondad. En otras palabras, que detrás del volver a casa, resuenan unas preguntas:
¿qué vivir deseamos y creemos merecer? ¿Y por qué vivir estamos dispuestos a
hacer algo? Volver a casa, a lo importante, a eso que por serlo nos integra y
nos reconstituye, frente a todo eso otro que nos atrapa, disgrega y debilita,
obviamente no es regresar a un espacio tangible, tampoco a un hacer
determinado. Por el contrario, se trata de un retornar al centro abandonado de nosotros
mismos, a lo más interior, no como escape, sino como reconocimiento de sí, para
salir luego a los otros y las cosas desde otra actitud. El ejemplo del respirar
nos lo dibuja como nadie. Siendo la respiración ineludible para el existir, sus
movimientos: inspirar - espirar, son elocuentes. Solo inspirar nos mataría, nuestros
pulmones no están capacitados para extenderse sin fin, en un punto debemos
espirar, soltar.
Es imperioso que, en un punto, en uno de esos momentos inexcusables, como cuando respiramos, comencemos a soltar, a ser austeros, en lo material claro, pero fundamentalmente en todo ese mundo que va más allá… Necesitamos regirnos por un principio inteligente y cordial que nos ayude a limitarnos. Ello no será signo de fracaso y frustración tal como envenenadamente nos han hecho creer el mercado y sus brazos político-culturales, será signo de que la pregunta acerca de nuestra vida y vivir ha encontrado respuestas mejores. Será signo de que queremos seguir viviendo, caminando hacia casa…
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