Narcisos en la desescalada.
En estos días de confinamiento y ahora desescalada, venimos intentando
reflexionar desde lo que llamamos el ámbito de lo íntimo, desde la soledad y el
silencio, pero no por contraposición a lo exterior o público, sino porque solo
lo acrisolado en la sana interioridad tendrá sana proyección hacia fuera -o
espiritual- después. Tampoco es que neguemos la incidencia de lo que por fuera,
y contra nosotros mismos muchas veces, actúa configurándonos. Es cierto que nos
hacemos en sociedad, pero también lo es, aunque claro que muchísimo más arduo
de encarnar, que lo social se desarrolla, se asienta en lo personal; de donde
la necesidad de, sosteniendo la tensión, empezar la casa por los cimientos.
Dos aspectos: interioridad y espiritualidad, interconectados.
De hecho, no nos referimos al primero en términos de autoconciencia que se realiza
indefinida y autorreferencialmente, como si se tratase de Narciso mirando su
propio reflejo una y otra vez hasta ahogarse en el fondo del agua. Pero
asimismo tampoco hablamos de espiritualidad en el sentido restrictivo (confesional
o religioso) habitual, sino en el que originalmente tuvo en tanto capacidad y
dinamismo anímico, plenamente humano, de apertura a lo distinto de uno mismo.
La auténtica interioridad necesariamente tiene que
preguntarse por su relación con lo otro, sea este el vecino de enfrente, el
compañero sentimental, el estilo de vida por el que se ha optado, o el mismísimo
Dios, le llamemos como le llamemos. Interioridad y espiritualidad se reclaman,
requieren conectarse entre sí. El ¿qué es lo que hay? y el ¿hacia dónde lo
oriento? se verifican y validan en la mutua tensión y encuentro. En términos de
´sanidad integral` se necesitan, separarlas ha sido y sigue siendo deshumanizante.
¿Pero estamos libres de que las cosas sigan igual?
Por eso, al ensayar cierta reflexión acerca de lo que la
actual situación pudiera dejarnos como aprendizaje, nos reafirmamos en lo
anterior en tanto que mayoritariamente es el contexto, el marco de inadecuación
personal -y social- en el que la COVID-19 nos ha pillado. Reconozcámoslo, es
evidente que nuestro estilo de vida viene transitando desde hace tiempo por
senderos que han preferido o caído en la trampa de la deshumanización antes aludida.
Por ello, ni miremos hacia otro lado, ni neguemos las
preguntas adecuadas… la experiencia de ´muerte absoluta` que está siendo el estado
de pandemia y su situarnos en la máxima incerteza, de donde los consabidos
miedos, ha roto el espejo de autoreferencias y seguridades en el que como
Narcisos nos contemplábamos. Ha venido a decirnos: -seguiréis en apuros
mientras no resolváis vuestro desajuste entre ´medios` y ´fines`. Medios y
fines que quizá sean la mejor reformulación de la tensión interioridad
espiritualidad, la mejor prueba de que una interioridad en términos narcisistas
es pura trampa, lo mismo que una espiritualidad en término de fuerzas cósmicas
o sexualidad angélica.
Pero hay más. Suponiendo que aceptemos ser devueltos a lo inevitable
y realísimo de lo otro/Otro, la sanidad y riqueza del encuentro con él
dependerá de la disposición y voluntad a ir más allá del umbral del control y el
mero uso, la gestión y la instrumentalización. En otros términos: ¿de qué nos
servía tratar la alarma sanitaria y todas sus derivadas solo en la perspectiva
del que apaga incendios, sin ver que habría que recuperar el sentido y valor
del cuidado del bosque? Y esto del sentido y el valor, del ¿hacia dónde oriento
lo que hay?, es en lo que personal y socialmente somos profundamente deficitarios.
Aquí es donde, difícil y dolorosamente nos la jugamos, donde determinadas cuestiones
y aspiraciones, precisamente aquellas sobre las que se ha armado el buque que
ahora ha naufragado, el espejo que se ha astillado, requieren ser repensadas,
resignificadas.
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