Tal es el caso de la propuesta de escuelas como la platónica, la estoica, la cínica, la epicúrea y más tardíamente, la neoplatónica. Escuelas en las que ejercicios y temáticas espirituales estuvieron siempre vinculadas a la transformación personal a través de la constitución -por medio de dichos ejercicios- de una más auténtica naturaleza humana.
Situándose por tanto dicha actividad filosófica, no en la dimensión del conocimiento, sino en la del ´yo profundo` y el ´ser`, apostó siempre -más allá de lógicos matices- por tres claros aprendizajes.
1) El vinculado a la vida en cuanto cambio en las maneras de ver y de ser individuales. Convencidos los antiguos del perturbador papel de la ´pasiones` y el ´deseo` a la hora de hacernos más o menos objetivamente con la realidad, se entienden su insistencias. Crear y practicar, con métodos y herramientas, la transformación por la cual pasar de una ´visión humana` de lo real, visión en la cual todo depende de las pasiones y el deseo, a otra ´visión natural`. Visión en la que cada acontecimiento es situado en la perspectiva de la naturaleza universal.
2) El relacionado con el diálogo. Diálogo en el que la cuestión a ventilar no será la ´de qué se habla`, sino la ´de aquel que habla`. Por ende, práctica interior, pero compartida, por la cual reconociéndose los individuos en su ser esencial y en su consciencia moral, aceptábanse como no-sabios, simplemente en camino hacia la sabiduría.
3) Por último, el aprendizaje sobre la propia muerte. Muerte que en una cultura ajena a la idea judeo-cristiana de eternidad, es en realidad replanteamiento acerca del sentido último de la vida. Colofón en última instancia, a todo el trabajo anterior sobre las pasiones y la interioridad. De ahí, la relación directa entre el dar muerte a la individualidad pulsional y el contemplar las cosas desde la perspectiva de la universalidad y la objetividad. Una perspectiva solo alcanzable merced a la eventual no mortalidad del intelecto.
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