domingo, 16 de agosto de 2020

´Nueva normalidad` y ´cebollas de Egipto` (I)

El estado generalizado de pandemia decretado en marzo, como si una y otra vez necesitásemos señalar en el calendario los inicios de aquellos fracasos colectivos de difícil causalidad, ha venido a evidenciar la interdependencia de gran parte de esos aspectos naturales y culturales que, por configurar sin más nuestro día a día, podemos llegar a creer inamovibles. Nos referimos, entre otros, a la salud y la lucha por la supervivencia, el trabajo y la trabazón económico-financiera que lo circunda y a las relaciones humanas y el juego auténtico y figurado de las mismas. Que estos aspectos están interconectados no es ninguna novedad; a la crisis sanitaria seguirá -o sigue ya- la económico-social y con ésta, sabemos que la puerta a la crisis intra e interpersonal está más que abierta. Sin embargo, sí parece que fuera nuevo que dichas dependencia y conectividad no tienen por qué ser inmutables, como si de principios sagrados se tratase.

De hecho, tras la ilusión que del azote más duro de la COVID-19 emergeríamos diferentes y mejores, tenemos que superada la angustia de las curvas de la muerte hemos vuelto a las dinámicas del precipicio y de las luces cortas respecto al ahora y después pandémico. Resultado: en la nueva normalidad se da la paradoja de querer revivir los viejos paradigmas de la inmunidad sanitaria, el crecimiento económico ilimitado y la realización individual a toda costa. Es decir, la paradoja de no querer asumir la novedad de la que indirectamente habla el Coronavirus: que la dependencia y la conectividad con que hemos diseñado nuestra vida ni son una bendición ni una maldición, pero sí un modelo que necesita y merece ser revisado en su raíz y sentido. Tarea para lo cual urge adquirir visión de conjunto a la hora de los diagnósticos, desarrollar una prospectiva de luces largas, y lo más importante, dotar a todo ello de un atractivo, suficiente y renovado sentido existencial, aún a riesgo de los costes que pueda suponer -y siempre supondrá- entrar en el desierto que quizá pueda desembocar en la tierra prometida. Aunque ya sabemos, por proseguir con la imagen bíblica del éxodo israelí (Ex 3, 8), que sí ésta manó leche y miel fue a cambio de sangre y sudor.

En otros términos, necesitamos dotarnos de un nuevo paradigma existencial, de un vertebrador de sentido capaz de apuntalar los aspectos que la COVID-19 está vapuleando con más virulencia: la salud, la economía, las relaciones, pero no desde las soluciones instrumentales del talento y las aptitudes, sino desde las que van a la raíz de la vida individual y colectiva, desde el talante y las actitudes. Cierto que los pragmatistas de turno dirán a los filósofos de siempre que esto es estupidez angelical, de hecho, ya no se recurre ni presta atención a la voz de los sabios como cuando al principio de la pandemia estos parecían recuperar cierta autoridad frente a los tecnócratas. Pero así andamos… Las tornas apenas se han movido y la nueva normalidad parece no poder escapar del alimento eterno -como las cebollas de Egipto (Nm 11, 4-5)- de las mitificaciones que en parte nos han traído a este callejón. 

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