viernes, 4 de marzo de 2016

El ´cuidado de sí`. Su deriva antigua y medieval (II)

Decíamos hace poco, que tras el encuentro de las cosmovisiones pagana y cristiana en la Antigüedad tardía, vida y muerte seguirán siendo el terreno al cual vincular las herramientas del autocuidado. Pero ahora, con el avance del nuevo credo, como accesos a la bondad y a la vida eterna, ya no a la sabiduría y a la inmortalidad del pensamiento. Un giro que en el cristianismo de los primeros siglos supondrá dos cosas. Por un lado, sustituir la expectativa evangélica de la llegada inminente del Reino de Dios, por el ideal -también filosófico- de la unión con Dios. Y por otro, vincular dicha deificación al camino ascético y contemplativo [Arendt]. No por nada las herramientas del autocuidado pasarán a ser cultivadas y custodiadas en un espacio tan particular como el del monacato. Un espacio ciertamente no tan elitista como el de las viejas escuelas filosóficas, pero como antesala preparatoria a la muerte, totalmente fuera del mundo.

Pues el giro antedicho, será la principal causa del irrefrenable divorcio entre lo doctrinal y lo práctico -entre el fundamento que antaño había dado sentido a las prácticas del yo y las prácticas mismas- que lentamente comenzará a gestarse. Así, tras el intento de los siglos II al V de servirse positivamente de las tradiciones paganas, el cristianismo, en tanto triunfal religión de Estado, se movió -como es obvio no sin tensiones- entre lo ideológico, especialmente entre las masas, y la absorción del modo de vida de las escuelas filosóficas helenistas, en este caso entre sus miembros más directamente vinculados a lo espiritual: los monjes. Movimiento y tensión que:
a) en general hicieron que para el hombre común la vida se volviese más la vida de un alma que la vida de un ser carnal. Conforme por momentos a la razón, en analogía a la vida de los estoicos y cínicos, pero más específicamente conforme al Espíritu, en analogía a la de los platónicos [Hadot]. Vida ante la cual las claves del cuidado personal fueron más bien ajenas y lejanas, ello por privilegiarse una comprensión de la realidad más iconográfica y gestual, que metafórica e interior.
b) en particular, para unos pocos, hicieron de la atención a uno mismo y de la búsqueda de la impasibilidad, de la ausencia de preocupaciones y de la paz del alma, las formas de un único empeño: huir del cuerpo para orientar todo hacia lo inteligible y trascendente. Una radical opción por la vida eterna que determinará toda la andadura interior y espiritual medieval y moderna.

Tanto, que cada vez que el monacato, en tanto reservorio mental y cultural de Occidente, salió al encuentro del mundo alto y bajomedieval, nunca logró que las prácticas del yo por él custodiadas, adquiriesen en el espacio secular el sentido que en la sociedad tardo-clásica habían poseído. Cierto que el fenómeno masificador que ya era el cristianismo en nada contribuía a ello, pero fundamentalmente hay que pensar en la propia mutación que las herramientas en cuestión habían sufrido en monasterios y conventos. De ahí que, en una sociedad plenamente persuadida del contraste entre los mundos corporal y espiritual, e incapaz de razonadas matizaciones a nivel popular, la vivencia de la vida quedase absolutamente absorbida por la vivencia de la muerte y el después de la muerte [Aurell]. Muerte y traspaso al más allá, que si bien tras los muros monásticos seguirán vinculados -al menos como posibilidad- al desarrollo interior, en el mundo civil y cada vez más urbano de los siglos XII y XIII, se vincularán sobre todo al legalismo y simbolismo contractual; a cerrar trato (como de hecho demuestra la proliferación de Testamentos y Disposiciones para el bien morir, Misas Gregorianas e Indulgencias) con la misericordia divina. Así, mientras el desarrollo interior se hace cada vez más extraño, la emotividad y expresividad del formalismo espiritual, su exterioridad, se generalizan más y más.

Centrar la vida en Dios y su promesa pos mortem, parece haber hecho al hombre medieval alterar sus sentidos de autonomía y responsabilidad. La necesidad de una nueva existencia es más que clara. 

La vuelta al hombre y al mundo, llaman a la puerta. Sobre este marco es sobre el que en parte tendremos que entender la emergencia del Humanismo y el Renacimiento…

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