viernes, 1 de mayo de 2015

Identidades sexuales y privilegios (II)

En nuestra última publicación reconocíamos -respecto al complejo entramado de dominación construido a partir de las identidades varón-mujer- que si bien el asunto puede tener su raíz en aquella inevitable construcción bipolar que de la realidad hacemos los humanos: bueno-malo, alto-bajo, negro-blanco, masculino-femenino, ello no justifica la imposición del privilegio androcéntrico como principio del orden relacional interhumano.

¡Pero claro! que no lo justifique no quiere decir que hayamos podido sacudirnos el peso milenario de las estructuras que lo han producido y hoy, pese a no pocos avances en contra, lo siguen reproduciendo. Por eso nuestra perspectiva no deja de ser la de género. Ello, en el sentido de que sigue teniendo plena vigencia la necesidad de invertir la secular dominación del varón sobre la mujer y de reparar las injusticias derivadas de dicha dominación.

Sin embargo, nos preguntábamos sí dicha inversión y reparación -por efecto de la complicidad y retroalimentación con que frecuentemente se da la trabazón de lo masculino y femenino- no ha corrido por los derroteros de una -a veces- simple rotación de privilegios al no poder romper con la vieja oposición binaria varón-mujer. Punto harto complejo y profundamente sensible si tomamos en consideración la lucha legítima e inacabada de grupos y colectivos. Pero punto que quizá pueda merecer una revisión, no por condenar lo hecho, sino por profundizar, agudizar más la transformación comenzada.

A cuento de ello, creemos que la teoría y práctica deconstructivista puede ayudar. Concebida por su representante máximo, Jacques Derrida, como un freno contra los abusos de la modernidad racionalista e idealista que siempre ha sostenido que el sentido del mundo al que hay que despertar, está representado por lo conceptual, la deconstrucción se presenta como apertura a un juego democrático de comprensiones.

Así, frente a la dictadura de una única comprensión, por caso la disyuntiva varón-mujer, deberíamos decir: ni una ni otra. Digamos: ´in-decibilidad` como forma de transgredir la determinación de cualquier criterio. Juego discursivo difícil, pero de consecuencias francamente revolucionarias:
1º la lucha de lo femenino abandonaría los términos teleológicos o finalistas que muchas veces la han llevado a plantearse como recuperación o instauración de una supuesta esencia postergada. 


2º en términos jurídicos, podríamos ir más allá del restablecimiento de la justicia en el tratamiento de la diferencia sexual. Es decir, más allá de la ´discriminación positiva` que busca salvar la igualdad jurídica para las minorías sexuales, étnicas, etc., o sea, para las llamadas ´especiales`. Precisamente lo que en el caso español, permite elevar la unión de personas del mismo sexo a la categoría jurídica de matrimonio, no de unión o eufemismo que se le parezca.

Pero en breve, continuamos…

2 comentarios:

  1. Estupenda reflexión. Iré siguiendo la que, seguro, será una interesante serie sobre este asunto.

    Para el cambio es necesario que, desde nuestras edades más jóvenes, seamos capaces de superar los estereotipos de género en los que, todavía, se nos viene educando en gran parte del mundo. En el cine tenemos numerosos ejemplos del esfuerzo que supone para quienes deciden apostar por vocaciones personales que chocan con los roles convencionales. En este sentido, me vienen a la cabeza ahora mismo dos comedias británicas con protagonistas adolescentes: “Billy Elliot” (2000) y “Quiero ser como Beckham” (2002). El listado podría ser muy largo…

    También querría apuntar una positiva iniciativa del Instituto de la Cinematografía y las Artes Audiovisuales (ICAA) de España: en 2011 introdujo una nueva categoría en la calificación de películas con el fin de fomentar y reforzar la igualdad de género. Así, junto a las ya tradicionales calificaciones por grupos de edad (“apta para todos los públicos”, “no recomendada para menores de siete años”, etc.), desde entonces existe la posibilidad de que también se les etiquete como “Especialmente recomendada para el fomento de la igualdad de género”, categoría que opera de manera transversal para todas las demás calificaciones. El primer largometraje que recibió esta nueva denominación fue “La fuente de las mujeres” (2011), film del director francés de origen rumano Radu Mihaileanu que se desarrolla en una comunidad árabe.

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  2. Como siempre, un placer leer tus comentarios y aportes. Y como bien intuyes, en breve, continuamos comentando algo más sobre los frutos que mes a mes maduran en nuestros Diálogos Filosóficos.

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