El análisis que haremos a continuación, quizá nos ayude a entender mejor la intuición epicteteana y a matizar nuestro espontáneo rechazo a vincular lo emocional con lo mental. En efecto, cuando nos referimos a las emociones, centramos la atención en una serie de reacciones psicofísicas con frecuencia imprecisas. Reacciones que si bien buscan responder a estímulos diversos, ambientales o psíquicos, no pueden quedar fuera de los fenómenos de conciencia, no pueden quedar desvinculados de lo mental. En el fondo nos damos cuenta de que algo sucede y ese darnos cuenta se da en la mente; por eso podemos decir que nuestras emociones son pensadas.
Y tal es dicha relación, que en el caso de las emociones básicas: la alegría, la tristeza, el miedo y la rabia, podemos determinar sin mayores problemas un conjunto fundamental de componentes:
- el componente sensorial-discriminatorio: que hace referencia a las cualidades de la emoción. Se trata de aquello que nos permite localizar temporal y espacialmente la experiencia emocional.
- el componente cognitivo-evaluativo: que analiza e interpreta la emoción en función de lo que se está sintiendo o lo que puede ocurrir.
- el componente afectivo-emocional: por el que la emoción es acompañada de sufrimiento intrapsíquico, angustia, depresión, represión, sublimación, etc. Respuestas a su vez, relacionadas con experiencias previas del mismo tipo, la personalidad y los factores socio culturales en los que se esté inmerso.
De estos componentes, será el tercero el que marque la divisoria de aguas. Así, cuando las emociones no sean bien gestionadas en virtud del propio pensamiento, la tristeza se transformará en sufrimiento crónico, el miedo en angustia y la rabia en autoculpabilización. Como señalara Damasio en el vídeo que os sugeríamos ver en nuestra última publicación, estamos ante esa especie de continuidad donde pensamiento y emoción difuminan sus contornos, confundiéndose en un entramado complejo y oscuro, un ámbito donde todo choca con todo.
De estos componentes, será el tercero el que marque la divisoria de aguas. Así, cuando las emociones no sean bien gestionadas en virtud del propio pensamiento, la tristeza se transformará en sufrimiento crónico, el miedo en angustia y la rabia en autoculpabilización. Como señalara Damasio en el vídeo que os sugeríamos ver en nuestra última publicación, estamos ante esa especie de continuidad donde pensamiento y emoción difuminan sus contornos, confundiéndose en un entramado complejo y oscuro, un ámbito donde todo choca con todo.
De donde que podamos concluir diciendo que nuestras emociones son pensadas, en tanto que como continuo se desenvuelven entre un polo mental: el del elemento cognitivo de la emoción misma y las interpretaciones y juicios de valor que se hagan de ella, y un polo corporal: el de la conmoción somática o ciertas reacciones físicas.
Pues, esto es todo por ahora. Y como siempre, sabéis que esperamos vuestras consultas y comentarios:
c. Perpetuo Socorro 4, oficina 3 - 50006 - Zaragoza
coachsergiolopezcastro@gmail.com
616 023 822
Os dejamos un saludo cordial.
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