El título de hoy quizá pueda hacer pensar que la
imposibilidad de precisar, en términos absolutos, qué sea lo bueno y lo
correcto, no nos deja más alternativa que caer en los brazos de su sucedáneo:
lo conveniente. Especialmente cuando las zozobras son tan evidentes. ¡Pero no!,
nuestra propuesta no va por ahí. Y no va por ahí porque si bien es cierto que
es difícil dibujar los rasgos exactos de lo bueno como aquello vinculado al
bien y lo correcto como lo conforme a las reglas, creemos que aún es posible -no
desde alguna determinación esencialista- hallar unos niveles de bondad y
corrección que vengan a dar una respuesta satisfactoria, personal y social, a
la generalizada demanda de acabar con las trampas de lo conveniente.
Por lo tanto, que no todo se encamine a peor, exige que
sigamos luchando contra el mono-discurso que enmascarado tras los eslóganes de lo
inevitable y lo eficaz, se ha empecinado en no ir más allá del pseudo-realismo
de lo conveniente. Pero sobretodo exige que creamos y trabajemos por lo que decíamos
arriba: por esas cuotas de bondad y corrección que estamos hartos de no ver en los ámbitos político y ético. Tanto, que
el actual reinado de la anti-política pareciera afincarse en praxis
elocuentemente anti-éticas; como sí ello fuese connatural. Dicho esto, tenemos que tanto política como ética,
realidades de suyo imbricadas, suponen y piden ver el mundo de la responsabilidad
propia y ajena. De tal modo que en ningún punto del entramado social esté
permitido esquivar la mirada respecto al mal y lo incorrecto.
Así, política y ética cobran -o deberían volver a cobrar- sentido
en el nudo de la responsabilidad. Responsabilidad evidentemente insatisfecha
cuando de lo que se trata es de evaluar la acción de la política y los
políticos en sentido restrictivo. ¿Pero qué sucede cuando las tornas de la
responsabilidad se vuelven de nuestro lado? Cuando toca revisar ¿hasta dónde las
situaciones estructurales nos acorralan respecto a nuestra pequeña construcción
de lo bueno y lo correcto en la esfera que sea: política stricto sensu, laboral, vecinal, asociativa, etc.? Es por eso que, frente a los resultados de una
gobernabilidad circunscrita a lo práctico, a lo conveniente antes que a lo
ético, y una inquietud y conocimiento de nosotros mismos, a caballo entre la
comodidad del sálvese quien pueda y el voluntarismo altruista, urge volver al
legado de los antiguos sobre la franqueza como antídoto contra la no-franqueza,
propia y ajena.

Tendrá que ser nuestro trabajo y empeño arduo. Pues será nuestra acción franca la que equilibre el juego de lo bueno y lo correcto; la que frene tanto las omisiones cómplices del que ve y oye, pero calla, como el exceso redentor que exige que todo sea nuevo y puro. ¿Y todo esto para qué? Obviamente que no para que la representatividad política descanse tranquila, sino para que sepa por dónde, tarde o temprano, puede llegarle el ajuste de cuentas de la inexorable sabiduría de la historia... en ello estamos.
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