Hace apenas una semana, en esta ya larga pero también necesaria reflexión COVID-19, decíamos que frente al vapuleo sanitario, económico y anímico relacional al que nos está y seguirá sometiendo la actual pandemia, poco se han movido las tornas respecto a buscar soluciones de luces largas, es decir, capaces de afrontar el presente y el futuro más allá de la simple gestión u oportunidad. De ahí nuestra alusión, alarmada, a las ´cebollas de Egipto`, al alimento seguro que como esclavos tenían los israelitas bíblicos en el país de los faraones, pero que tras su liberación perdieron, volviendo entonces a añorar y reclamar en la línea de lo que reza el dicho: ´mejor malo conocido, que bueno por conocer`.
Un comportamiento viejo y casi de manual. Tentación social y
personal inevitable cuando el riesgo, el límite y la frustración, por un lado u
otro irrumpen en la vida. Imaginaos el efecto, si dichas experiencias apareciesen
simultánea e inusitadamente. Pues ¡´colapso`! Precisamente la situación en la
que estamos y que difícilmente mejorará si persistimos en retroalimentar,
aunque maquilladamente, los mitos que de una u otra manera han apuntalado gran
parte del desarrollo de los últimos siglos en nuestro planeta. Nos referimos a la
inmunidad sanitaria, el crecimiento económico ilimitado y la realización
individual a toda costa, hilos de una urdimbre que pretendiendo vivir, entre
otras cosas, de espaldas a la inevitabilidad del riesgo, el límite y la frustración
nos han casi inhabilitado para vivir una vida más auténticamente humana.
Estamos ante una encrucijada colectiva e individual, donde la construcción y el ejercicio de aquellas responsabilidades que se suponen podrían sacarnos del atolladero, no pueden dirigirse unilateralmente hacia un extremo u otro. O hacia el de unos estructuralmente débiles sistemas de gobernanza, o hacia el de unas distraídas o negligentes conductas individuales. Por dotarnos de una regla que permita cierto análisis, desde una lectura filosófica de tipo existencial-espiritual como la nuestra, podríamos decir que cada vez que caemos en la anterior dinámica lo que estamos haciendo es volver sobre los pasos de la seguridad de la esclavitud en lugar de aventurarnos tras los pasos riesgosos de la libertad.
Pública y privadamente, en sus diferentes grados y
complejidades, necesitamos ante todo reconectar con el riesgo, el límite y la
frustración, luego asumirlos desde un sano ejercicio de racionalidad y voluntad,
y finalmente, gestionarlos desde las claves de un proyecto existencial con
sentido, no del oportunismo coyuntural de lo que ´ahora convenga` al Estado, el
partido o la oposición, pero tampoco a la entidad, el grupo o la pequeña familia.
Necesitamos ejercicios grandes, sociales e individuales, de libertad y bondad.
En el desierto, todos necesitamos desterrar nuestras mitificaciones, precisamente
las que enmascaran nuestros miedos al riesgo, el límite y la frustración.
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