Contención y austeridad, una cuestión de libertad y
bondad.
Planetariamente es un hecho que el Coronavirus no solo ha demostrado capacidad de arrebatar salud y vidas, sino también de reactivar y retorcer toda la carga viral de la que somos capaces los humanos. Por eso advertíamos que son tan inquietantes las pandemias del caos y del mero pragmatismo a los que polarizadamente tendemos frente a lo que será el pos COVID-19, como la estrictamente sanitaria instalada entre nosotros desde sus orígenes en Wuhan. De ahí la llamada a una transformación con sentido -de ´luces largas` decíamos- que, por supuesto tendrá que traducirse en cambios políticos y económicos, sociales y culturales, pero sobre todo en esos otros cambios que tanto cuestan: los personales. Esos que por ser diarios y de pequeña escala suelen parecernos irrelevantes, aunque en realidad por sus exigencias de desinstalación y renuncia sabemos que son los que más profundamente pueden transformarnos.
Reconozcámoslo,
hagamos un ejercicio de autocrítica: social y personalmente hemos renunciado a
dar sentido a la infinitud de posibilidades con que contamos, por eso, como
reza el himno: ´estamos hartos de todo, pero llenos de nada`. De donde la necesidad
de plantear la vida y el vivir que tenemos por delante, no desde la mera
administración de aptitudes y talentos, en el fondo la trampa en la que hemos
caído, sino según el criterio teleológico de unas actitudes y talantes capaces
de engendrar esperanza a la vez que resistencia. Por eso, vinculando lo sobrevenido
a partir del Coronavirus con lo que son las líneas maestras de nuestro hacernos
sujetos individuales y colectivos de derechos y deberes, estamos llamados a
descubrir y poner en valor la positividad de la ´contención` y la ´austeridad`
como prácticas de contraposición y regulación inteligente y cordial para con
uno mismo, la vida y lo diferente de uno: los otros/el Otro. En el fondo como
prácticas, no las únicas, capaces de restituirnos al sentido de las cosas, a
una conducción de ´luces largas`.
De esta forma, así como el albergar y cobijar propios de la contención tendrían que ser ejercicio de cuidado y de asertividad intra e interpersonal, del mismo modo la frugalidad y la moderación, el realce de lo pequeño y lo sencillo propios de la austeridad deberían entrar a formar parte de nuestra cotidianidad. Ejercicios, personal y cotidiano, con los que ´volver a casa`. Volver… que, como resguardo protector, será re expresión de nuestra necesidad de confianza y seguridad, pero también invitación a poner en funcionamiento nuestras capacidades de libertad y bondad.
En efecto, al cotejar que detrás de ese ´volver a casa`, resuenan unas preguntas y no otras: ¿qué vivir deseamos y creemos merecer?; ¿por qué vivir estamos dispuestos a hacer algo?, no será difícil comprobar que lo que está en juego aquí es la calidad de esos dinamismos que transversal y madurativamente nos acompañan desde nuestra llegada a la vida: la confianza, la libertad y la bondad. Ni tampoco constatar que la calidad de los mismos recibe sus mejores lecciones de lo que pudieran decirle unas concretas experiencias de contención y austeridad. Necesitamos regirnos por principios inteligentes y cordiales que nos ayuden a limitarnos. ¡Y convenzámonos! Ello no será signo ni de fracaso ni de frustración tal como envenenadamente nos han hecho creer el mercado y sus brazos político-culturales. Por el contrario, será signo de que la pregunta acerca de nuestra vida y vivir ha encontrado respuestas mejores, de que queremos seguir caminando hacia casa a través de sendas con sentido.

En este sentido, la libertad y la
bondad habilitadas para escuchar las lecciones de la contención y la
austeridad, deberían ser ya dinamismos capaces tanto de autonomía como de
máximo amor. Dos posibilidades que en los tiempos que corren no abundan, de
donde la necesidad de desarrollarlas ya que son la única urdimbre desde la cual
rearmarnos intra e interpersonalmente. Estamos evidentemente ante una
comprensión de la libertad y la bondad extrañas, no por imposibles, sino por
poco cultivadas. Sin embargo, son tan capacidad nuestra como el respirar.
Se trata de una libertad liberada del propio
yo; paradójicamente, la libertad, para que sea real, necesita auto-posesión. Pero,
en la misma medida en que nos auto-poseemos caemos bajo la esclavitud del yo,
por eso necesitamos de la bondad, porque solo la bondad nos descentra, solo
ella hace que nuestra libertad pierda el miedo a perder el yo y entonces sea
capaz de obedecer hasta límites insospechados. ¡Pero cuidado! Es importante
clarificarnos, ver dónde andamos. Si pretendemos tener obediencia y no hemos
pasado por elecciones, no nos hagamos ilusiones: esa obediencia será sumisión. Si
no tenemos capacidad de autonomía no tenemos, tampoco, capacidad de entregar el
propio yo. Nadie entrega lo que no tiene. Si no tengo autonomía, no puedo
entregar mi yo. Y, si no puedo entregar mi yo ¿cómo quedará mi libertad? ¿Accederá
al grado máximo de la bondad?
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