Hablar hoy del ´cuidado de sí` supone reconocer una cierta
evolución, la que va del mero cuidado psico-físico -que por supuesto no es
poco- a ese otro, impreciso y arduo, que hace a la interioridad y la
espiritualidad. Una evolución marcada por continuidades y discontinuidades. La
búsqueda del bienestar personal y social de siempre, pero también la búsqueda
de un bienestar capaz de superar los defectos que en relación a la construcción de
la subjetividad, se han venido denunciando desde finales del siglo XIX.
En efecto, el ´cuidado de sí` al que hoy arribamos,
tiene insoslayablemente su origen en los cuestionamientos que en el último
siglo y medio se han hecho a los límites de la razón representativa kantiana y
a la lógica especulativa hegeliana. De hecho, de Kierkegaard a los maestros de
la sospecha, pasando por Schopenhauer y Wittgenstein, la
angustia, el amor, la tentación, la muerte, la seducción, la debilidad, la
contradicción y el miedo que el racionalismo y el idealismo habían interpretado
como ´accidentes psicológicos`, se convirtieron en variables lícitas para la
comprensión de lo humano.
Así, la lectura sobre nuestro mundo, lejos de
aparecer como pura unificación: animal, racional o mística, comenzó a
evidenciar una imposibilidad. La de quedar reducida solo a aspectos analizables
y cuantificables. Hoy, la ´entrada` al mundo de los hombres, requiere de nuevos
accesos. No en el orden de lo instrumental, sí en el de las
actitudes. Conocernos no es fácil, asumirnos y acogernos tampoco. Trazar
caminos individuales y colectivos integrales e integradores menos.

Solo entonces, llegados a esta encrucijada histórica,
la nuestra, podremos desapegarnos mejor de todas aquellas miradas que
históricamente han parcializado o instrumentalizado el ´cuidado de sí`. Solo
entonces, nuestra subjetividad personal y social será cuidada para la libertad.