Hace una semana, abordábamos una difícil cuestión: la de lo
interpersonal. Esa especie de necesidad y capacidad asociativa que las personas
podemos establecer, sea a corto, mediano o largo plazo. Un dinamismo
interrelacional, indisociable de ese otro mundo de cogniciones y consensos compartidos
que sabemos es esencial en la formación de la individualidad; hablamos en este
caso de la intersubjetividad. Por tanto, dos modos relacionales que se complementan,
potencian y desafían decíamos. Y ello a través de tres niveles: el del logos o razón,
el del eros o amor/pasión y el del ethos o costumbre/conducta.
Del primero solo recordemos que es lo racional -que no
racionalista- de lo intersubjetivo, lo único que posibilita la comunicación y
el diálogo con el otro. Pero vayamos ahora a los otros dos niveles. En la
cercanía profunda del eros, lo interpersonal se ejemplifica de modo preeminente
en la experiencia de la relación ´yo-tú`. Ello desde las características de
inmediatez, presencia y reciprocidad que según Buber adjudicamos al encuentro
con el ´otro`. Características que para el pensador judío son revalida de lo
personal, en tanto relación exclusiva, inobjetiva y metapolítica, por encima de
lo individualista y cosificante de la tensión ´yo-ello`. En esta misma línea,
Lévinas opondrá a la vieja ontología occidental que, olvidándose de lo humano
del ´otro`, solo ha apostado por conocer, poseer y dominar, su ontología
deseante del ´rostro del otro`. Otro del que, en y por proximidad, somos indefectiblemente
responsables.

Ya en el nivel del ethos, y
siguiendo con Lévinas, el acceso verdadero al ´otro` ha de darse como
movimiento de trascendencia más allá de la historia, la política y el horizonte
mismo del mundo. Movimiento en el que lo ´infinito` del ´otro` y la alteridad
sobrepasen a la ´totalidad`. Así, en esa relación alejada del poder del
ego-conciencia y de la razón-objetivadora, el ´otro` se torna viuda,
huérfano, pobre y extranjero. Prójimo
al que es preciso escuchar.
Con claridad meridiana, a partir de la crítica al modelo greco-logo-céntrico
y moderno de relación con el ´otro` construido desde un yo demasiado encorsetado
sobre sí, interpersonalidad e intersubjetividad emparentan
con desafíos inéditos para lo que fue el individuo moderno: cerrado, independiente
y dominante. Como hombres y mujeres posmodernos, estamos llamados a desenvolver
las virtualidades no siempre fáciles de estos desafíos relacionales. Solo podremos
ser personas desde la responsabilidad que asume tanto la vulnerabilidad propia
y ajena (eros y ethos), como lo proteico de nuestro estar en el mundo, esto en el
sentido de aprender a cambiar de formas y de ideas (logos) respecto a lo real.