En nuestra última
publicación reconocíamos -respecto al complejo entramado de dominación construido
a partir de las identidades varón-mujer- que si bien el asunto puede tener su
raíz en aquella inevitable construcción bipolar que de la realidad hacemos los
humanos: bueno-malo, alto-bajo, negro-blanco, masculino-femenino, ello no justifica
la imposición del privilegio androcéntrico como principio del orden relacional
interhumano.
¡Pero claro!
que no lo justifique no quiere decir que hayamos podido sacudirnos el peso
milenario de las estructuras que lo han producido y hoy, pese a no pocos
avances en contra, lo siguen reproduciendo. Por eso nuestra perspectiva no deja
de ser la de género. Ello, en el sentido de que sigue teniendo plena vigencia la
necesidad de invertir la secular dominación del varón sobre la mujer y de
reparar las injusticias derivadas de dicha dominación.
Sin embargo,
nos preguntábamos sí dicha inversión y reparación -por efecto de la complicidad
y retroalimentación con que frecuentemente se da la trabazón de lo masculino y
femenino- no ha corrido por los derroteros de una -a veces- simple rotación de
privilegios al no poder romper con la vieja oposición binaria varón-mujer.
Punto harto complejo y profundamente sensible si tomamos en consideración la lucha
legítima e inacabada de grupos y colectivos. Pero punto que quizá pueda merecer
una revisión, no por condenar lo hecho, sino por profundizar, agudizar más la
transformación comenzada.
A cuento de
ello, creemos que la teoría y práctica deconstructivista puede ayudar.
Concebida por su representante máximo, Jacques Derrida, como un freno contra
los abusos de la modernidad racionalista e idealista que siempre ha sostenido
que el sentido del mundo al que hay que despertar, está representado por lo
conceptual, la deconstrucción se presenta como apertura a un juego democrático
de comprensiones.
Así, frente
a la dictadura de una única comprensión, por caso la disyuntiva varón-mujer, deberíamos
decir: ni una ni otra. Digamos: ´in-decibilidad` como forma de transgredir la
determinación de cualquier criterio. Juego discursivo difícil, pero de consecuencias francamente revolucionarias:
1º la lucha
de lo femenino abandonaría los términos teleológicos o finalistas que muchas
veces la han llevado a plantearse como recuperación o instauración de una
supuesta esencia postergada.
2º en
términos jurídicos, podríamos ir más allá del restablecimiento de la justicia
en el tratamiento de la diferencia sexual. Es decir, más allá de la ´discriminación
positiva` que busca salvar la igualdad jurídica para las minorías sexuales,
étnicas, etc., o sea, para las llamadas ´especiales`. Precisamente lo que en el
caso español, permite elevar la unión de personas del mismo sexo a la categoría
jurídica de matrimonio, no de unión o eufemismo que se le parezca.
Pero en
breve, continuamos…