A un año de mala convivencia con la COVID-19, los responsables ante las zozobras que día a día surgen de un divorcio que no llega, seguimos siendo casi exclusivamente (salvo mutaciones) nosotros. De hecho, somos los únicos a los que personal y socialmente se puede achacar intencionalidad, éxito o fracaso al momento de responder, pues atribuirle esta capacidad al virus, para así maldecirlo por irresponsable, no deja de ser un absurdo. Sabemos que esto que decimos, en lo formal es exagerado. Ya hace tiempo que no tomamos procesionalmente las calles para exorcizar las adversidades de pestes, sequías o cualquier otra desgracia natural. Sin embargo, en el fondo, nuestras reacciones individuales y colectivas, hablan de ciertas e inoculadas incapacidades, tan o más dañinas que la pandemia causada por un moralmente inocente virus. Hablamos de las incapacidades -algunas entendibles e inevitables, otras prefabricadas culturalmente- que tenemos para percibir y comprender lo que está ocurriendo.
Rediseñar nuestra individualidad,
matar nuestro individualismo
¿Qué más tiene que sucedernos para caer en la cuenta de que
quizá haya preguntas que merecerían ser puestas sobre la mesa? Junto a la
necesidad de bien administrar talentos y aptitudes, una cuestión de ´medios`
que ciertamente parece que hay que rastrear con lupa, tendríamos que ser capaces
de exigirnos y exigir la reorientación de talantes y actitudes. Es decir, de
volver la mirada sobre una cuestión largamente olvidada, la de los ´fines`. No
es lo mismo confiar en… liberarnos de… o practicar el bien con…, que poner cada
una de estas capacidades en la órbita del para… Órbita que supondrá, como decíamos
arriba, preguntarnos por: ¿qué somos y qué queremos ser colectivamente? Pero
haciéndonos conscientes a la vez, que la savia capaz de responder a estos
interrogantes provendrá solo de la articulación de un nuevo ´proyecto
antropológico`. Necesitamos rediseñar nuestra individualidad, que no nuestro
individualismo. A este más bien vendría neutralizarlo -valga la ironía- con
alguna vacuna.
En efecto, en nuestras sociedades (autoconcebidas como
desarrolladas y plurales), el engranaje de lo individual y colectivo que les da
forma hace tiempo que chirria. Un chirrido detrás del cual pueden leerse
interconectados reclamos: desde el de mejorar los niveles de gobernanza hasta
el de rehacer el contrato social. Reclamos necesarios todos, pero sin embargo,
limitados por esa tendencia cultural, teórica y práctica, que ha terminado por
divinizar -como lúcidamente señala Roberto Calasso [La actualidad innombrable, 2018]- lo social en detrimento de lo personal. ¿Cómo? Pues haciendo de lo
personal, una amalgama de emocionalidad narcisista y sobreexposición, no solo
autosatisfecha, sino y sobre todo incapaz de criticar las fallas estructurales
de nuestro sistema de vida. Sistema que precisamente ahora se halla atascado
como el buque Ever Given que una
´maldita` tormenta de arena -más ironía-, ha atravesado en medio del Canal de
Suez.
Solo en la
relación y el encuentro nos salvaremos todos
Ante los diferentes debates que actualmente nos llevan desde
las ´cosas del vivir, comer y relacionarnos` a la necesidad de sanear el
entramado de nuestras alicaídas confianza, libertad y capacidad de bondad, no
podemos seguir engañándonos acerca del papel que en dicho saneamiento tienen
que jugar aquellos aspectos que en su raíz siguen siendo individuales. Por
supuesto que los mismos no se desenvuelven a espaldas de las condiciones
materiales e ideológicas de nuestra existencia societaria, pero de nada servirá
plantear caminos de mejora solo estructurales (cosa necesaria y que ya tarda),
si el edificio viene resultando obsoleto para el buen vivir de la mayoría de
los que allí se alojan. En el fondo, se trata de no olvidar que el sentido de
todo lo humano siempre termina por resolverse dentro de esa caja de resonancia
que es nuestro mundo interior. De ahí nuestra insistencia: ¿desde qué vivencias
de libertad y bondad nos percibimos y comprendemos tanto en lo personal como en
lo social? Ello, porque si la tensión inevitable entre estos dos ámbitos se
descompensase, tal como hoy sucede por esa especie de fuera de juego que se ha
operado sobre dichas capacidades, ¡pues señores!, mal panorama tenemos.
En esta línea, la critica a la
promoción de unas libertad y bondad demasiado serviles a nuestros modelos de
autonomía y autorrealización; ello, cuando por contraposición sabemos que
existen formas de ser libres y bondadosos muy en los márgenes de los esquemas
del consumo, la seguridad y la comodidad. Vivir la libertad y la bondad como
capacidades de, siendo fieles a nosotros mismos, darnos a otros y en esto
llegar incluso a límites insospechados, es el testimonio palmario de que,
frente a la sola referencia de lo social que se nos inocula, hay posibilidades para la decisión
individual. Necesitamos, para evitar el mal de nuestra enfermiza individualidad,
poner en entredicho los paradigmas socio-culturales que nos des-humanizan. De
ello dependerá que el individualismo y el aislamiento que caracterizan nuestro
tiempo, comiencen a desactivarse. En otros términos, que en la apuesta por la
relación y el encuentro nos salvemos todos: una decisión personalísima,
individual, frente al imperio no siempre acertado de lo social.